jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 93

 


A la mañana siguiente, la actuación continuó.


El dulce cuerpo que había tenido entre mis brazos desapareció de mi lado y cada uno volvió a ponerse su máscara para interpretar su distante papel. Paula me dejó una nota en la que me decía que teníamos que hablar, pero, contrariamente a lo que afirmaba ese trozo de papel, no se había quedado a mi lado para mantener esa conversación que teníamos pendiente.


Escabulléndose con habilidad de la curiosa prensa, se había alejado de mí, dejándome con una decena de dudas sobre la farsa que era en verdad mi vida.


Cuando mi representante entró por la puerta de mi apartamento para organizar mi vida como hacía cada mañana, no tuvo que apremiarme en esta ocasión para que me levantara de la cama ni se vio obligada a discutir conmigo sobre mi perezoso comportamiento antes de ir a trabajar o recordarme la hora a cada instante para que me apresurara, porque, cuando Felicitas entró en mi hogar, yo ya la estaba esperando con un aspecto impecable y un rostro totalmente serio que ella nunca había llegado a ver detrás de la falsa sonrisa que siempre le mostraba.


—¡Vaya! Veo que ya estás preparado, así que, para variar, puede que lleguemos a tiempo a…


—Siéntate, Felicitas —le ordené señalando un sitio en el sofá.


Pedro, no tenemos tiempo para esto y…


—Sí, sí lo tenemos… De hecho, tengo aquí ocho años de tiempo perdido que necesitan una explicación —dije mientras vaciaba sobre la mesita auxiliar el contenido de la caja que me acompañaba, que contenía todas las cartas que Paula me había enviado a lo largo de los años. Felicitas finalmente tomó asiento—. ¿Por qué nunca me dijiste nada acerca de estas cartas, Felicitas? Romeo es mi hijo y yo merecía saber que existía.


—Un momento, Pedro, estoy confusa: ¿me estás culpando a mí de tu despreocupación? Que yo sepa, nunca te has interesado por tu correspondencia hasta ahora —repuso ella evasivamente mientras cogía una de las cartas de la mesa—. Delegaste esa tarea en mis manos para poder irte de fiesta y saltar de cama en cama, ¿recuerdas? Yo tan sólo hice mi trabajo —anunció Felicitas, devolviendo esa carta junto con las demás, señalándome que el culpable de esos años que había perdido junto a mi hijo era yo.


—Cuando Paula te notificó que estaba embarazada deberías habérmelo dicho —repliqué mientras mesaba mi cabello con frustración y una creciente ira.


—¡Por Dios, Pedro! ¿Sabes cuántas cartas de alocadas fans que aseguran tener un hijo tuyo he tenido que abrir y descartar?


—Paula es distinta —le aseguré a mi agente, intentando hacerle ver el daño que me había hecho.


—¡Ah! ¡Fantástico! ¿Y cómo se supone que debería haberlo sabido yo, si tú nunca hablabas de ella, si cambiabas constantemente de pareja y no parabas de jugar con las mujeres de tu alrededor? ¡No soy adivina, Pedroy traté a esa mujer como hago con todas las demás: la aparté de tu vida hasta que tú decidieras que querías jugar con ella otra vez! —se defendió Felicitas, haciéndome ver que el único responsable del dolor que sentía en esos instantes era yo mismo.


Levantándome tristemente del sofá, eché de menos todo lo que había perdido a causa de mis despreocupados actos y mi estupidez. Pero, mirando con firmeza a Felicitas, le dejé muy claro que no pensaba cometer dos veces el mismo error en mi vida.


—No vuelvas a ocultarme nada más. No dudes ni por un instante que Paula es la única mujer en mi vida, así que no intentes alejarla de mí o no sé qué podría llegar a hacer… —le advertí, recordando que alguien había intentado dañar a Paula cuando volvió a encontrarse conmigo.


—¿Me estás amenazando con despedirme, Pedro? ¿A mí? ¿A la mujer que te ha llevado al éxito, a la persona que te ha convertido en el maravilloso y aclamado actor que eres hoy? No creo que seas capaz… —se rio Felicitas, creyendo que mis palabras eran una vana amenaza.


—Te centras sólo en el actor, Felicitas, pero no ves al hombre. Cuando las cámaras se apagan y el público se despide, es el hombre el único que queda.


—¡Sin mí no eres nada, Pedro! ¡Sin mí nunca llegarías a brillar de nuevo en la pantalla ni a conseguir un papel que te haga destacar! — exclamó ella, amenazándome con mi carrera cuando se sintió acorralada por mis palabras.


—Entonces eso es perfecto, porque, ahora que la escena de esta falsa vida que llevo me pesa demasiado, lo único que quiero es ser un simple hombre y, por supuesto, representar ese papel junto a la mujer a la que amo —declaré mientras me levantaba del sofá y me dirigía hacia la salida, dejándole claro a Felicitas que no estaba dispuesto a volver a perder a la mujer que amaba.


A pesar de mis palabras, cuando salí de mi apartamento me enfrenté a las curiosas cámaras que me rodeaban con la amable y artificial sonrisa que ponía ante todos y comencé a actuar tan falsamente como siempre. Desvié sus preguntas sobre mi vida amorosa hacia el trabajo que estaba haciendo, recordándoles amablemente que ese día tenía que ir a grabar una película.


Y, cuando creí haber esquivado satisfactoriamente todas sus preguntas, observé cómo Felicitas sonreía, complacida con mi actuación. Y, abriéndome la puerta del coche que siempre me llevaba a los estudios, me mostró que había traído consigo un inesperado regalito que me llevó a recordar las sospechas que Gustavo tenía sobre Felicitas, unas sospechas que me guardé por el momento, pero que no descarté.


Del negro y elegante coche que habitualmente me recogía para llevarme al plató salió Lidia Shane, quien, pegándose empalagosamente a mí, comenzó a sonreír a la prensa regalándoles una insinuación de una relación que no manteníamos. Los cuchicheos subieron a nuestro alrededor mientras casi todos los dedos la señalaban como la hermosa y desconocida mujer con la que me había acostado en esa escandalosa fiesta, declarándonos una pareja excepcional.


Quise gritar que ella no era esa mujer, señalar que era a Paula a quien yo amaba, pero ella no estaba allí. Así pues, ocultando mi ira y mi enfado hacia todos los que me indicaban a quién debía amar, me subí a ese coche. Tras hacerlo, finalizó mi actuación.


Apartando fríamente a la aprovechada actriz que se abalanzaba sobre mí, le recordé que ella no era la mujer que guardaba en mi corazón. Para mi desgracia, queriendo olvidarme del dolor que conllevaba amar a Paula, en el pasado había cometido alguna que otra locura, y Lidia fue una de ellas. Algo que, por lo visto, había recordado mi despiadada agente, que observaba satisfecha la falsa escena de enamorados que dos actores como nosotros podíamos llegar a representar.


—Me alegro de haberte servido para promocionarte en tu carrera, Lidia, pero hazme un favor: cuando la prensa no esté delante, deja de actuar, ya que ambos sabemos que tú no eres la mujer de esas fotografías.


—¡Oh! Pero soy la mujer con la que visitaste alguna de esas habitaciones en el pasado, querido, ¿por qué no presumir de ello cuando puedo sacarle algún beneficio?


—Eso es un lamentable error que no pienso volver a repetir, y menos ahora que he vuelto a encontrarme con la mujer que amo.


—¡Pedro Alfonso, enamorado! ¡No me hagas reír! Eres un hombre que puede convencer a cualquier mujer delante de la cámara de estar enamorado, pero cuando las cámaras se apagan, todas sabemos que tus palabras sólo son una fantasía que ninguna llegará a alcanzar. Olvida los sueños y centrémonos en esta realidad que puede ser tan placentera… — ronroneó Lidia mientras se acercaba a mí, comenzando a acariciar insinuantemente mi pecho, unas caricias ante las que en otro momento habría cedido, pero ahora que tenía tan cerca de mí a Paula, no fueron difíciles de rechazar.


—Puede que tengas razón —anuncié, ante lo que Lidia se acomodó más junto a mí, luciendo una victoriosa sonrisa. Pero luego corté su presuntuoso gesto cuando susurré sensualmente en su oído una verdad que muy pocos conocían sobre mí—: ¿Quieres saber mi secreto para ser tan buen actor en esas escenas de amor? Es muy sencillo: en esos momentos siempre pienso que tengo ante mí a la mujer a la que amo y, por más mentiras que inventes delante de otros, ésa nunca serás tú, Lidia —finalicé, haciendo que se apartara de mí indignada.


—Me gustaría saber quién es esa mujer, ya que tiene que ser una gran y hermosa actriz mucho mejor que yo para que me rechaces por ella.


Recordando lo bien que se escondía Paula de mí y de mis palabras de amor bajo un falso disfraz que engañaba siempre a todos, no pude evitar responder con la verdad, luciendo una irónica sonrisa.


—Sí: ella es la mejor actriz que he conocido.


Ante mi contestación, mi agente comenzó a atragantarse con una inoportuna tos que puso fin al interrogatorio de Lidia.


Cuando Felicitas recuperó el habla quiso ordenar de nuevo mi vida, pero tras haberme dado cuenta de los errores que había cometido al dejarla en sus manos, no se lo permití.


—Creo que avivar los cotilleos de tu relación con Lidia puede ser beneficioso para vuestras respectivas carreras y también para promocionar esta película, así que he organizado tu agenda de forma que incluye algunas citas con ella y…


—No vayas por ahí, Felicitas.


—Perdona, ¿qué has dicho? —preguntó mi representante, asombrada con la novedad de que yo ya no fuera ese hombre encantador que siempre actuaba ante todas, incluida ella.


—Que no voy a salir con otra mujer que no sea la que yo quiero. Y más te vale que hagas desaparecer todos esos estúpidos chismes sobre mi supuesta relación con Lidia o lo haré yo mismo a mi manera.


—¡Pero, Pedro, piensa en lo lucrativo que pueden ser esos cotilleos para ti y la publicidad que puede generar para la película que…!


—La película me importa un comino, Felicitas, y si la estoy haciendo es porque, de no interpretar yo mismo el papel del protagonista principal, estoy seguro de que Gustavo haría todo lo posible por fastidiarla. En cuanto a mí, quiero que la gente vea mis películas por mi actuación, no por unas falsas habladurías sobre mi vida privada, cosa que no le importa a nadie más que a mí. Si únicamente lleno las salas de cine por unos escabrosos rumores, será que no soy tan buen actor como pensábamos, ¿no te parece? —dije rechazando tajante la manipulación de mi sorprendida agente, que, por una vez, me observó boquiabierta, sin saber qué decir—. Ahora, si me perdonáis, tengo que retomar mi actuación —concluí cuando el coche se detuvo. Y, componiendo mi típica falsa sonrisa en mi rostro, me despedí encantadoramente de ellas sin dejarles muy claro en qué momento había comenzado mi interpretación.


Al bajar del vehículo, la prensa me rodeó, acosándome con estúpidas preguntas a las que contestaba tan evasiva y encantadoramente como siempre. Lidia, aprovechando una nueva oportunidad, se apresuró a salir del coche para volver a cogerse de mi brazo mientras Felicitas, creyendo que mis advertencias eran vacías amenazas, sonrió de nuevo, complacida con el papel que representábamos ante la prensa. Pero si algo había aprendido a lo largo de los años era que para conseguir lo que quería en ocasiones tenía que salirme del guion, y la fuerza que necesitaba para dejar de interpretar ese papel y para bajar mi falsa máscara ante todos me la dio la mujer que se escondía de mí de nuevo.


Mientras la bella actriz que llevaba agarrada del brazo encandilaba a todos con sus encantos, Paula sólo me hechizaba a mí. Esos ojos verdes me miraban con anhelo, con deseo y con pasión al recordar la noche que habíamos pasado juntos, pero también con furia al observar que otra había ocupado un lugar que no le pertenecía a mi lado con sus mentiras y, finalmente, me contemplaban con miedo a dar ese paso que todavía no se atrevía a dar para estar a mi lado y terminar de creer que yo la amaba.


Para asombro de todos los presentes, incluida la propia Paula, avancé hacia ella. Y, antes de que escapara de mí una vez más, sin importarme nada, la retuve entre mis brazos para darle un beso que contestara a todas las preguntas que en esos instantes me hacía la prensa.


Con mi avasalladora lengua, le reclamé la pasión que había exhibido entre mis brazos la noche anterior. Y cuando ella se rindió a mí, dejando escapar un gemido que me mostraba cuán profundo era su deseo, yo la solté haciendo que volviera a la realidad. Paula se enfureció porque, conociéndome como lo hacía, sabía que solamente la había besado como revancha por la cama vacía que había encontrado esa mañana y, por supuesto, para librarme de la empalagosa mujer que llevaba pegada a mi brazo. Así que, cuando nuestro beso terminó, ella no dudó en responder a mi muestra de cariño con una sonora bofetada.


Tras esto, Paula se adentró en el plató. Y mientras Felicitas, indignada, intentaba acallar esos nuevos rumores, que ahora eran de verdad, Lidia se acercó a mí, seguramente para insistirme en que esa persona a la que amaba no me convenía. Pero esa cuestión de quién era la adecuada para mi corazón tenía que decidirlo yo, y no otros.


—¿Lo ves? Tal y como te dije, es una actriz maravillosa: aún intenta hacerme creer que no me ama —dije sin molestarme en mirar a Lidia a la vez que acariciaba mi dolorida mejilla.


Y, dejando tras de mí a una sorprendida actriz, a una curiosa prensa y a una molesta agente, me encaminé hacia el lugar donde se encontraba Paula, dispuesto a borrar la distancia que esa mujer quería establecer entre nosotros de nuevo, algo que yo no le permitiría nunca más.




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