Cuando mi madre me vio llegar a casa llorando creyó erróneamente que mis lágrimas se debían a un corazón roto. Pero yo no había ido a la universidad en busca de un gran amor como los que ella siempre había añorado tener delante y detrás de la gran pantalla, sino para convertirme en guionista y escribir historias tan hermosas que hicieran a todos creer que eran verdad.
Yo quería ver ese gran amor desde fuera, susurrándoles a los actores lo que debían hacer en cada momento, pero sin implicarme en él. Oír ese primer «te quiero» en la distancia, sin posibilidad de ser rechazada, presenciar ese primer beso sin llegar a recibirlo y observar cómo ese primer sentimiento se convertía en un amor que duraría para siempre, porque así estaba escrito en el papel.
No quería darle a la vida la posibilidad de que hubiera un final triste en mi historia como había pasado con la de mi madre, por lo que prefería simplemente escribir y mirar desde lejos para no sentir demasiado. Pero parecía que ese tipo hubiera detectado que yo quería protegerme de todo detrás de mis historias y me había señalado un gran defecto que no sabía cómo corregir, de ahí mis lágrimas de impotencia.
—«Una historia sin sentimientos, poco real» —leí en voz alta, viendo en mis escritos el mismo defecto que había hallado yo en la actuación de ese pésimo actor y que su amigo, sin piedad, nos señalaba a ambos. Y, a pesar de querer hacerlo, no pude negarlo.
Ante mis maldiciones y mis lágrimas, que, a pesar de que deberían ir dirigidas contra el hombre que había criticado mi guion, en realidad se concentraban en el pésimo actor que se había burlado de mí, mi madre le echó la culpa de mi dolor a un hombre. Y como no pude sacarla de su error, tuve que oírla intentando representar ese papel de madre que, durante tantos años, había dejado de lado.
—Escúchame bien, Paula: nunca debes dejarte pisotear por ningún hombre, porque tú vales mucho. Recuerda que eres la hija de una famosa actriz y…
—¿Me dirás al fin quién es mi padre? —pregunté abruptamente, dispuesta a cortar el discurso de mi madre, ya que sabía que esa confesión nunca saldría de sus sellados labios.
—Eso no tiene la menor importancia —respondió, posponiendo una vez más esa conversación que, definitivamente, nunca tendría conmigo, porque el nombre de mi padre era un secreto que Amalia Chaves guardaría siempre sólo para ella.
—Entonces ¿eso es un «no»? —insistí mientras limpiaba mis lágrimas y miraba de nuevo a mi engañosa madre, que, una vez más, se negaba a contarme la verdad que buscaba desde niña.
—Tu padre fue un gran director de cine que murió trágicamente en un accidente de avión y…
—¿Ésa no era una escena del culebrón de esta mañana, mamá?
—¡Vale, está bien! En realidad era un doble especializado en escenas de acción que dio un mal paso en uno de sus saltos y… —declaró mi madre, poniéndose cada vez más dramática, muestra irrefutable de que estaba mintiendo. Así que, ignorando sus mentiras, puse los ojos en blanco mientras ella se emocionaba relatando su inventada historia de amor.
— Tal vez podría llegar a creerte si simplemente me dijeras algo más sencillo, como que fue el anónimo donante de un espermatozoide perdido en una alocada noche que ni siquiera recuerdas.
—Suena demasiado frío para mi gusto, aunque está muy cerca de la realidad.
—Podría ser peor: mi padre podría ser uno de esos tubitos de ensayo de las clínicas de inseminación, pero entonces habría sido más fácil averiguar su nombre, ya que sólo habría tenido que leer su etiqueta.
—No sé para qué quieres saber su nombre.
—Tal vez me gustaría saber cómo lo conociste, o aprender de tus errores para no cometer los mismos o, simplemente, me gustaría saber si me parezco a él —confesé sintiéndome inferior a mi brillante madre, que siempre llegaba a opacarme.
Para mi asombro, ella me cogió de la barbilla y alzó mi rostro, me miró con fijeza y, usando un inusualmente serio tono de voz que muy pocas veces empleaba, me ofreció un sabio consejo que ella misma nunca había seguido.
—Te pareces a mí más de lo que crees, así que ahora que empiezas en este alocado mundo sólo te haré una recomendación para que tus pasos no sigan los míos, cometiendo así los mismos errores que un día cometí yo. Paula: no creas nunca en los hombres que siempre tienen dulces palabras en los labios y, sobre todo, no confíes jamás en los que te dicen que te quieren con demasiada facilidad, porque siempre será una amarga mentira que sólo descubrirás cuando ya te hayan hecho mucho daño.
Tras estas palabras, mi madre desapareció, como solía, y yo las ignoré para centrarme en mejorar mi guion y hacer esa historia más real, sin ser consciente en esos momentos de cuán real sería cuando finalmente lo acabara…
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