Cuando llegué al plató número 6, empecé a engatusar a una bonita muchacha para sonsacarle dónde estaba Paula, un gesto del que tal vez debería haber prescindido, ya que, con sólo hallar al molesto e impertinente niño que siempre se cruzaba en mi camino, podría haberla encontrado con facilidad. Ese mocoso censuraba mi comportamiento con una furiosa mirada mientras permanecía delante de la puerta de un camerino como si fuera un perro guardián. Cuando me acerqué a él, dispuesto a camelármelo como a todos los demás, supe que mis encantos no funcionarían al verlo negar con la cabeza hacia mí, mostrándome que yo no le agradaba demasiado.
La falsa sonrisa que tenía en los labios se quedó congelada en mi rostro y, por unos momentos, no supe cómo actuar o qué decir, especialmente cuando recordé mis sospechas de que ese niño podría ser mi hijo.
—¡Hola! Vengo a hablar con tu madre —anuncié amablemente, intentando que me dejara pasar, ante lo que él se limitó a alzar una reprobadora ceja mientras se cruzaba de brazos—: Todos queremos que regrese a la película y lamentamos mucho el malentendido de su despido. Estamos dispuestos a resarcirla económicamente por ese error y… — continué, hasta que me quedé sin palabras mientras comenzaba a sudar con nerviosismo, porque no sabía qué tenía que decir o cómo decirlo para poder estar de nuevo junto a Paula.
—¿Y qué más? —me apremió el pequeño para que siguiera con mi explicación. Entonces, dejando de actuar, me limité a mostrarme como el hombre sincero que sólo quería amar a Paula, aunque en ocasiones no supiera cómo hacerlo.
—La necesito —dije enfrentándome con franqueza a esos ojos que me juzgaban. Mis palabras parecieron ser las acertadas, ya que el chico bajó los brazos, y tras emitir un resignado suspiro, se apartó de la puerta.
—Se está terminando de arreglar para su próxima escena, así que yo que tú no entraría.
—¡Vamos, chico, no pasa nada! ¡No voy a ver nada que no haya visto con anterioridad! —declaré despreocupadamente.
Y cuando creí que el mocoso volvería a interponerse en mi camino, me asombró que se echase a un lado y me señalara la puerta con una maliciosa sonrisa mientras me anunciaba:
—Tú mismo, no digas que no te lo he advertido…
Y, cogiendo la manija de la puerta, me preparé para ver de nuevo a la hermosa y atractiva mujer que había vuelto a mi vida a la vez que me preguntaba qué papel estaría representando en esa ocasión. Tal vez el de una princesa de época. O quizá el de una heroína o, incluso, el de una sensual mujer fatal que rompía corazones a su paso, como había hecho conmigo… A mi mente volaron decenas de atractivos atavíos y vestimentas, e incluso fantaseé con la idea de que permaneciera medio vestida y yo pudiera contemplar algo de esa hermosa piel que no podría evitar volver a tocar.
Cuando al fin abrí la puerta alegremente, dispuesto a encandilarla con alguna frase halagadora para que cayera entre mis brazos, ésta murió en mis labios antes de que pudiera pronunciarla. Y, tras contemplar su maquillaje y su vestuario, sólo pude dejar escapar una maldición antes de volver a estropearlo todo al cerrar a toda prisa la puerta en sus mismas narices.
—¡Joder! ¡¿Qué es eso?! —dije con el corazón latiéndome a mil por hora, y no precisamente porque estuviera excitado ante la visión, con una voz chillona que apenas reconocí como mía.
—Mi madre —contesto el niño, riéndose de mí—. Le han dado un papel de extra en una película de zombis. Creo que es la zombi número cuatro, o tal vez sea la cinco…
—¿Por qué no me has dicho nada? —pregunté intentando que mi corazón se calmara antes de tratar de volver a acercarme a una mujer vestida con ropas raídas y sangrientas y un maquillaje aterradoramente realista que mostraba unas costillas salidas, una carne putrefacta, un ojo fuera de su órbita y una mandíbula purulenta que me llevaba a descartar por completo darle cualquier tipo de beso para camelármela.
—Porque me has dicho que no ibas a ver nada que no hubieras visto ya con anterioridad —manifestó el repelente niño, repitiendo mis palabras con recochineo.
—¡La madre que te parió! —murmuré maldiciendo a ese mocoso que, si no era mío, sí que podía llegar a mostrarse tan impertinente como yo.
—Vamos, ¿no vas a entrar? Así tal vez puedas ayudar a mi madre a ensayar su papel —indicó él. Y esta vez el muy condenado, en vez de interponerse en mi camino, me cogió de una mano para guiarme hacia ella a la vez que se permitía burlarse de mí anunciando mi presencia.
—¡Mamá, alégrate! ¡Ya he encontrado a alguien con quien puedes ensayar tu papel! —declaró antes de empujarme dentro y cerrar la puerta.
Cuando entré y volví a tener frente a mí la horripilante imagen, desvié la mirada con nerviosismo en más de una ocasión mientras intentaba explicarme.
—Hola, Paula. He venido para disculparme en nombre de todos… Por lo visto, hubo un malentendido con mi agente y por su culpa te echaron de la película, ¡pero todos queremos que vuelvas! Por supuesto, yo estoy decidido a hacer cualquier cosa para que disculpes ese pequeño error, y el productor me ha comentado que está dispuesto a resarcirte económicamente como tú decidas, dentro de unos límites, claro. ¿Qué dices? ¿Vuelves con nosotros, Paula? —le pregunté, terminando mi discurso con una sonrisa.
Pero ese gesto mío que siempre funcionaba con todos sólo pareció molestar aún más a Paula, tal vez porque ella me conocía muy bien.
—¿Has dicho que vas a ayudarme a ensayar mi papel? —preguntó dirigiéndome una furiosa mirada que reclamaba mi sangre y que, con el aspecto que tenía en esos instantes, no hacía otra cosa que acojonarme.
—¡Ah, claro! ¡Por supuesto! Tan sólo dime qué tengo que hacer… —le confirmé amablemente, intentando alejarme un poco cuando ella se acercaba a mí.
—Gritar… —repuso antes de abalanzarse sobre mí, haciéndome chillar como nunca.
Tras los primeros gritos de terror ante el impacto de ese zombi, me caí al suelo con ella encima. Y, para no parecer más patético de lo que era, cerré los ojos a la espera de ver cuál era el papel que tenía que interpretar en esa película.
Pero, inesperadamente, el olor de su champú de fresas que tanto recordaba, el dulce cuerpo que sentía sobre mí y que tanto había añorado y esos dientes con los que intentaba aparentar que me devoraba, cuando en verdad lo que estaba haciendo era morderme sutilmente en el cuello, terminaron provocándome un efecto un tanto peculiar.
—¿Estás excitado? —preguntó Paula alarmada, señalándome como un pervertido.
—¡No, qué va! Sólo estoy representando mi papel de muerto… — respondí abriendo los ojos a ver si su horrenda imagen solucionaba mi problemilla. No obstante, al contemplar ese brillo en sus ojos y reconocer en ella a la mujer a la que amaba, mi situación no se solucionó en absoluto, y aún menos cuando se removió inquieta sobre mí mientras me reprendía.
—Vale, pero ¿me puedes explicar por qué has muerto empalmado? — inquirió desafiante al tiempo que se cruzaba de brazos, provocando que sus pechos se alzaran mostrando un hermoso escote.
—¡Yo me muero como me da la gana! —manifesté cerrándome en banda —. Tú limítate a seguir practicando —le ordené.
Y, rindiéndome ante un deseo que no podía remediar, decidí aprovecharme del momento, y, dirigiendo su cara hacia mi cuello, la coloqué de nuevo en una posición en la que nuestros cuerpos se rozaban íntimamente. Luego cerré los ojos y volví a sentir esa pasión que, a pesar de los años, no se había esfumado entre nosotros.
Ella podía intentar convencerse de que estaba representando su papel, pero cuando esos dientes dejaron de rozarme y lentos besos comenzaron a rondar mi cuello, supe que ella estaba empezando a arder tanto como yo.
Entonces mis manos se dirigieron a su trasero, y, apretándolo fuertemente, la acerqué más a mi duro miembro y comencé a rozarme contra ella, buscando esos gemidos de placer que llevaban mi nombre y que nunca había podido olvidar, especialmente después de nuestro tórrido encuentro en el baño de señoras, que pensaba repetir en un lugar más adecuado.
—¡Los muertos no se mueven! —se quejó Paula entre gemidos.
—Son movimientos post mortem —le dije, luciendo una sonrisa satisfecha por ver cómo, a pesar de todo, aún podía conseguir que se deshiciera entre mis brazos. Pero mi sonrisa lo estropeó todo porque ella, tras verla, volvió a ser esa fría desconocida que me odiaba sin ofrecerme motivo alguno ni la menor explicación.
—¡Y una mierda! ¡Retira ahora mismo tus manos de mi culo! —gritó Paula indignada. Y yo, molesto con ese rechazo irracional que mostraba ante mí, cuando segundos antes se había derretido entre mis brazos, jugué con ella como el sinvergüenza que era.
—Está bien, quitaré mis manos de tu culo… —convine apartándolas lentamente de su trasero… para pasar a ponerlas sobre sus tetas.
Por supuesto, el genio de Paula no se hizo de rogar, y, tras darme una sonora bofetada, puso fin a ese ensayo cuando se levantó y me señaló airadamente la puerta.
—Definitivamente, Pedro Alfonso nunca podrá salir de su papel de galán —me arrojó a la cara. Y, mientras que en otra ocasión me habría alejado de ella, esta vez acaricié mi mejilla con una sonrisa satisfecha mientras le advertía que no permitiría que huyera de mí otra vez.
—Tú y yo tenemos muchas cosas de las que hablar…
—¡Entre tú y yo no hay nada de que hablar! —gritó ella, queriendo dejarme fuera de su vida.
—¡Oh, no! En eso estás completamente equivocada —repliqué cuando la puerta se abrió y contemplé los ojos azules de ese niño, tan parecidos a los míos y que, una vez más, me rechazaban—. ¿Sabes una cosa, chaval? Lo peor de los zombis no son sus mordiscos, sino sus bofetadas… —declaré irónicamente.
Y, mientras el niño se señalaba sus ojos y luego me señalaba a mí, indicándome con ello que me estaría vigilando, seguramente para que no me acercara a su madre, no dudé en mostrarle con mi ladina sonrisa que yo estaba más que decidido a desoír sus advertencias y que no sólo me acercaría a ella, sino a los dos, porque ellos eran justamente lo que faltaba en mi vida para que dejara atrás mi eterna actuación y comenzara a vivir de verdad siendo simplemente un hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario