Daniela Morrison era una chica que, en opinión de sus maestros, tenía un futuro prometedor como actriz. Con su larga melena rubia y sus intensos ojos azules, heredados de su madre, una famosa modelo, así como el talento, procedente de su padre, un reconocido actor, era la más indicada para brillar en su escuela de arte interpretativo. No obstante, la persona que llamaba la atención de todos en esos momentos era una insulsa morena de ojos verdes que hasta hacía poco había pasado por completo desapercibida.
No era hermosa, poseía un rostro común, un cuerpo del montón y, pese a ello, cada vez que esa mujer sonreía brillaba y atraía hacia sí la mirada de todos los que estuvieran a su alrededor.
Daniela le habría concedido poca importancia a su insignificante presencia, que solamente atraía la mirada de alguno de sus admiradores cuando ella no estaba delante, si no hubiera sido porque esa mujer había conseguido que los ojos de Pedro Alfonso se fijaran en ella. Pedro, un maravilloso actor que ya se encontraba en su último año, había obtenido tantos reconocimientos por su trabajo que nadie dudaba de que sería una estrella en el futuro, y Daniela quería brillar junto a él…, pero él no la veía.
Ese embaucador que nunca miraba dos veces a la misma chica, que tenía para todas la misma ilusoria sonrisa que las llevaba a creerse especiales únicamente durante lo que durase su actuación, no fingía ante la mujer que sus ojos buscaban a cada instante. Esos ojos mostraban un anhelo, una pasión y un amor que Daniela quería para sí. No obstante, a pesar de que Pedro no dejara de halagar a todas las mujeres por igual y de seguir encandilándolas con su sonrisa, no tenía ojos para nadie más que no fuera esa maldita Paula Chaves.
Preguntándose qué habría visto él en esa chica que ni siquiera era actriz, Daniela intentó saber más de ella preguntando sutilmente a sus admiradores, pero no averiguó casi nada, excepto su interés por ser guionista. Era como si hubiera permanecido escondida del mundo hasta entonces y de repente hubiese decidido aparecer, atrayendo de alguna manera la atención de Pedro. Daniela se preguntaba por qué demonios no había seguido así, escondida de todos y apartada de los focos ante los que siempre estaría fuera de lugar, y apartada de Pedro.
Finalmente, se enteró a través de sus profesores de un proyecto que Paula estaba llevando a cabo nada menos que con el maravilloso actor que ella perseguía: un cortometraje dirigido por Gustavo Johnson.
Irritada porque esa chica hubiera conseguido una posición que, sin duda, ella se merecía mucho más, encandiló a los profesores dejando caer la idea de que su nombre en ese corto atraería mucha más notoriedad de lo que podía hacerlo una chica que no era nadie. Eso, junto con el susurro del dinero que sus padres podían llegar a donar a la escuela, convenció a los docentes de reconocerla como la mejor candidata para ese trabajo. Y, una vez hubo logrado dejar fuera de escena a Paula, a Daniela sólo le faltaba convencer al actor, al que no dudaba que lograría seducir con sus encantos, y al guionista y director, que con toda seguridad se fijaría en ella en cuanto la viera aparecer, apresurándose a concederle el papel que se merecía en esa producción.
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