Cuando Paula llegó al viejo apartamento de Nicole, su madre la esperaba despierta. La sonrisa con la que Amalia pretendía recibirla para sonsacarle algunos de los jugosos cotilleos de Hollywood se borró de su rostro en cuanto vio las lágrimas de su hija.
—¿Ese cabrón te ha vuelto a hacer daño? —preguntó mientras la abrazaba con fuerza, furiosa con el hombre que siempre le rompía el corazón a su pequeña.
—No —negó Paula, alejándose de un consuelo que no creía merecer. Y, ante el asombro de su madre, antes de derrumbarse sobre el sofá, confesó —: Esta vez he sido yo la que le ha hecho daño a él.
—¡Se lo merecía! —manifestó Amalia con firmeza, recordándole todas las veces que Paula había maldecido a Pedro en el pasado. Pero, mientras antes había estado muy segura de las razones por las que lo odiaba, ahora esos motivos no se mantenían al recordar la reacción de ese hombre.
—No lo sé —concluyó Paula, más perdida que nunca, sin saber en qué creer.
—Cuéntame todo lo que ha pasado —exigió Amalia, tomando asiento junto a su hija a la vez que rememoraba amargos momentos de un pasado en el que, como Paula, tomó algunas decisiones precipitadas que tal vez no fueron las más acertadas.
—Pedro no me recibió en la fiesta, lo hizo su agente, que, amablemente, me presentó a alguien que parecía estar interesado en mi guion. Pero, por lo visto, mi guion no era lo suficientemente interesante para ese tipo, que quería otro aliciente para ayudarme. Yo me negué, pero ese hombre no aceptó una negativa, se rio de mí e incluso hizo una apuesta burlona sobre si mi príncipe azul acudiría a tiempo para salvarme, pues me había drogado y pretendía aprovecharse de mí…, e, increíblemente, Pedro apareció, salvándome en el momento oportuno. Luego, confusa y desorientada por la maldita droga que me habían hecho tomar, simplemente utilicé a Pedro. Más tarde, cuando quise irme sin mirar atrás, no pude evitar gritarle todo el daño que me había hecho, sólo para descubrir que él nunca lo había hecho conscientemente y de que yo era la única culpable de mi dolor al creer en las mentiras que otros habían creado en su nombre.
—Hija, ¿estás segura de que él no es culpable de nada? —preguntó Amalia, aún dudando de la posible inocencia de ese hombre.
—Sí, mamá. Creo que él ha sufrido tanto como yo en esta historia —dijo Paula, acomodando las piernas sobre el sofá. Y, mientras las abrazaba tan desconsoladamente como cuando era una chiquilla, le confesó a su madre la triste realidad de la historia que Pedro y ella compartían—. Le he hecho daño, mamá, y al contrario de lo que en una ocasión llegué a pensar, hacerle sufrir me duele demasiado.
Mientras Paula lloraba por ella, por Pedro y por su patética historia de amor, los recuerdos de esa amarga noche la persiguieron cuando el hombre que la había atacado se burló una vez más de ella al tiempo que intentaba alejarla del hombre al que amaba por medio de un mensaje y unas comprometedoras fotografías que le envió a su teléfono.
«Prepárate, preciosa: mañana saldremos en la prensa. ¿Cuánto tiempo crees que ese perfecto hombre se quedará a tu lado cuando te rodee el escándalo y el hecho de permanecer junto a ti ponga en peligro su carrera?», leyó Paula mientras se avergonzaba de cada una de esas imágenes, que insinuaban que ella era la amante de Franco Carter, cuando la verdad era que no había podido resistirse a él simplemente porque estaba drogada.
—¡Esto no es cierto! —gritó airada mientras intentaba esconder las fotografías a su madre, algo que Amalia impidió arrebatándole el teléfono a su hija para observar por sí misma lo que Paula pretendía ocultarle.
—Son algo llamativas, pero no te preocupes: no es algo que tu madre no haya superado con creces en el pasado —dijo restándole importancia a la situación ante el avergonzado rostro de Paula mientras le devolvía el teléfono.
—Pedro llegó en el momento oportuno para interrumpir a ese canalla, pero, medio drogada, me olvidé de las fotografías que me hizo ese imbécil. ¿Qué voy a hacer ahora, mamá? —preguntó ella hundiendo su rostro desconsoladamente entre las manos.
Y, mientras Amalia intentaba calmar las lágrimas de su hija, pensaba acerca de quién podría ser la persona manipuladora que estaba detrás de las acciones de ese cantante cabeza hueca, una persona que, sin duda, carecía de escrúpulos a la hora de actuar para alejarla de ese actor.
Por suerte, algunas mentes de Hollywood eran bastantes predecibles, y la persona en cuestión no tardó en hacer su aparición con una oportuna llamada de teléfono y una magnífica actuación que todos podrían llegar a creerse, todos excepto Amalia, que conocía demasiado bien a los lobos que pretendían esconderse debajo de un inofensivo disfraz de cordero.
Pidiéndole a su hija que activara el manos libres cuando Paula le indicó que se trataba de la agente de Pedro, Amalia escuchó palabra por palabra la supuesta preocupación de esa mujer por su hija, y guardó silencio a lo largo de toda la conversación mientras reconocía en el tono de voz de esa mujer las mismas falsas palabras que un día ella había recibido por parte de otras personas, sin saber en aquellos momentos que éstas sólo planeaban su caída.
—Paula, ¿te encuentras bien? Siento mucho lo que te ha pasado en la fiesta… De haber sabido cómo era ese hombre no te habría dejado en sus manos. En estos momentos pienso rescindir mi contrato con él y arruinarlo públicamente —dijo Felicitas con voz indignada, sacando del rostro de Amalia una sonrisa irónica, ya que ella sabía que eso solamente eran vanas promesas que nunca llegarían a cumplirse.
—Gracias por tu preocupación, Felicitas. Pero ¿cómo te has enterado de lo que ha ocurrido? ¿Te lo ha contado Pedro?
—¿Pedro? Eh…, no… En realidad, creo que no deberías mencionarle que yo te presenté a ese idiota: me siento avergonzada y responsable de lo ocurrido, y ese detalle solamente me traería problemas con él. Sería un favor que me harías y que yo te agradecería muchísimo.
—¡Ah, no te preocupes! No se lo diré —contestó Paula inocente mientras Amalia sólo suspiraba cínicamente, con ganas de reprender la estupidez de su hija, recordando que esa misma inocencia la tuvo ella en una ocasión.
—Paula, verás, te llamo porque me acabo de enterar del escándalo por algunos conocidos que tengo en las revistas del corazón. Resulta que Franco se siente despechado por tu causa y ha mandado una serie de escandalosas fotografías vuestras a la prensa. Ahora mismo tan sólo los directamente relacionados con este turbio asunto y yo sabemos de ellas, pero creo que será mejor que te alejes de Hollywood por un tiempo porque, por más influencias que tenga, no he podido conseguir que la prensa ignore esas fotografías.
—Tal vez debería contárselo a Pedro…
—No, Paula. No lo hagas. Lo que menos necesita él en estos momentos es inmiscuirse en un escándalo que ponga en peligro su carrera. Espero que comprendas que, como agente de Pedro, lo pongo a él por encima de todo.
—¡Pero aún no puedo alejarme de él! ¡No hasta haber aclarado todos los malentendidos que nos rodean! —repuso Paula mientras cubría su rostro y comenzaba a llorar de nuevo.
Y hasta ahí llegó la determinación de guardar silencio de Amalia Chaves, que no podía aguantar que a su hija le hicieran lo mismo que una vez le hicieron a ella.
—Lo siento, Paula, pero lo mejor para todos será que te vayas de Hollywood, ya que yo no tengo la influencia suficiente como para acabar con esto —insistió la taimada mujer que conversaba con su hija.
En ese momento, Amalia, dispuesta a acabar con la satisfecha sonrisa que seguramente debía de lucir en su rostro, mostró su presencia al anunciar:
—No pasa nada, pues resulta que yo sí tengo la suficiente influencia para acabar con este escándalo.
—Perdón ¿quién eres tú? Creí que estaba hablando con Paula…
—En efecto, lo hacías, pero ahora lo estás haciendo con su madre, Amalia Chaves, así que limítate a darme el nombre de esas revistas, que ya me encargaré yo de que mañana mi hija no salga en la prensa.
—No creo que una vieja estrella de Hollywood tenga tanta influencia como para acabar con este escándalo y…
—Sí la tengo. De hecho, aquí mismo tengo todo lo que necesito para acabar con este asunto —replicó Amalia mientras señalaba su hermosa figura, haciendo reír a su hija.
—Pero lo mejor sería… —insistió Felicitas. Y, como Amalia no era una mujer muy paciente con las pésimas interpretaciones como aquélla, simplemente cortó la llamada.
—¡Mamá, pero ¿qué haces?! ¡Ella sólo quería ayudar!
—¡Ay, Paula! Todavía tienes mucho que aprender de este mundo… — suspiró Amalia con resignación mientras negaba con la cabeza ante la inocencia de su hija, que aún no sabía reconocer a las sabandijas.
—Mamá, ¿cómo piensas impedir que se publiquen esas fotografías? — preguntó Paula preocupada.
—Aquí lo importante no es cómo yo acabe con este escándalo, hija, sino si aún quieres a ese hombre —repuso Amalia, decidida a arrancar a su hija de sus pesimistas pensamientos para que se enfrentara a la realidad—. ¿Lo quieres? —insistió con más apremio, hasta que Paula le dio su respuesta.
—Sí, lo quiero.
—Entonces… lucha por él. Y en cuanto a este vergonzoso chisme con el que únicamente pretenden separaros, déjamelo a mí —declaró Amalia con decisión mientras se dirigía hacia la salida, pasando junto a algunos de los regalos de sus admiradores, hasta llegar a uno en concreto del que cogió despreocupadamente una tarjeta con la que jugueteó entre los dedos antes de anunciar con una sonrisa satisfecha—: No te preocupes, cariño, yo sé muy bien cómo manejar los cotilleos de Hollywood.
No hay comentarios:
Publicar un comentario