Pedro Alfonso era el único hijo de una humilde familia londinense bastante escandalosa compuesta por decenas de tíos y primos, de los que él era el menor, el que siempre había heredado las ropas, los juguetes y los libros de la escuela procedentes de sus familiares y, por ello, estaba más que harto.
Pedro quería algo exclusivamente suyo, quería destacar entre todos y que alguien lo viera como algo más que como el último de los Alfonso. Por ello, lo único que no había heredado de su familia, a pesar de la insistencia de su padre, eran sus sueños.
Él no quería trabajar en una de las viejas tiendas de comestibles de su abuelo, como hacían los demás: él quería actuar. Y, a pesar de las quejas de su familia, Pedro estaba persiguiendo sus sueños y no permitiría que nadie se interpusiera en su camino, y mucho menos una novata que apenas conocía el mundo en el que se estaba metiendo.
Tras indagar sobre quién era esa chica que no lo conocía en absoluto y, pese a ello, se permitía el lujo de criticarlo, esa insolente que había sido señalada por el molesto dedo de Gustavo como su objetivo, Pedro se propuso conquistarla. Y como si ése fuese su nuevo guion, investigó a fondo sus gustos y deseos para cumplirlos todos y convertirse en el hombre ideal a sus ojos, aunque éste distara mucho de existir, porque esos hombres de fantasía que los actores como él mismo interpretaban en una pantalla serían los que enamorarían a todas las mujeres, haciéndolas olvidarse de que, cuando las cámaras se apagaban, sólo quedaban los de verdad.
Pedro negó con la cabeza una vez más después de observar el aspecto de esa mujer, carente de todo atractivo. Y, cuando ella se volvió hacia él esa mañana, en su boca tenía preparada la frase perfecta para la seducción, pero sólo le salieron las más inadecuadas.
—¡Ah! ¡¿Qué cojones es eso?! —gritó espantado, ganándose una mirada de odio de la chica, pero es que su maquillaje no le hizo salir huyendo por poco.
Por lo visto, ese día había tocado la práctica de maquillaje con los novatos y a algún gracioso se le había ocurrido pintar a esa chica como Samara, la niña protagonista de la película de terror The Ring. Con sus cabellos negros lacios, mojados y apelmazados peinados hacia delante para tapar parte de su cara, con el rostro grisáceo lleno de surcos y cicatrices y el gesto arrugado mientras reflexionaba sobre qué comer, Paula había provocado que la habitualmente larga e interminable fila que solía haber en la cafetería a la hora del almuerzo se abriera ante ella, dejándole paso.
—¿Te gusta? Es que quería probar algo nuevo esta mañana —ironizó mientras se acercaba a él con una maliciosa sonrisa, animándolo a poner a prueba sus dotes de actor—. Vamos, ¿por qué no me dices lo guapa que estoy?
Pedro cogió aire mientras se daba ánimos para utilizar todos sus encantos con esa chica e intentó alabarla una vez más con sus ensayadas palabras, pero finalmente, tras proferir un desalentador suspiro, confesó:
—No puedo.
—Te creo, ya que no eres tan buen actor —replicó ella, tras lo que, simplemente, le dio la espalda para seguir ignorándolo.
Gustavo, tan aprovechado como siempre, se acercó a su amigo cuando vio que la fila donde se hallaban era la más corta para conseguir su almuerzo, aunque él tuvo un poco más de tacto que Pedro cuando tan sólo reculó ligeramente al ver el nuevo look de Paula.
Una vez que ambos se hicieron con sus pedidos, el molesto pelirrojo observó con el ceño fruncido las abarrotadas mesas de la cafetería.
—Si no nos damos prisa en almorzar, llegaremos tarde a los ensayos.
—No te preocupes: tengo la solución a todos tus problemas —dijo Pedro. Y por primera vez no sacó a relucir sus encantos para conseguir una mesa, sino que, tras dejar su bandeja en manos de su amigo, esbozó una maliciosa sonrisa justo antes de situarse delante de la chica que lo odiaba, que también buscaba un lugar donde sentarse.
Pedro se atrevió a acomodar sus cabellos adecuadamente, aunque tuvo que retirar a toda prisa las manos antes de que Paula le mordiera.
—Así estás perfecta… —anunció tras terminar con ella, ganándose otra de sus antipáticas miradas.
—¿Se puede saber qué haces? —preguntó Paula, cada vez más molesta con ese sujeto.
—¿Yo? Pues, simplemente, conseguirnos una mesa, cielo —respondió él, dedicándole una de sus falsas sonrisas, un provocador guiño y un beso que la hicieron enfurecer tanto como para llegar a gruñirle.
Y fue en ese preciso momento en el que Pedro le dio la vuelta y la dirigió hacia la mesa más cercana, consiguiendo que ésta quedara vacía en unos pocos segundos: los que tardaron en huir sus anteriores ocupantes.
Después de acomodarse en la larga mesa, en la que cada vez que Pedro quería acercarse a Paula ésta se levantaba para ponerse en el extremo contrario, comenzando así un interminable juego del gato y el ratón, Gustavo decidió echarle un cable a su amigo y empezó a hablar de sus guiones. Emocionada por sus palabras, Paula acabó instalándose frente a él para hablar con pasión de las distintas escenas de sus cortos.
Pedro se aproximó a ellos y por fin pudo sentarse delante de Paula…, para acabar enterándose de que, además de intentar conquistar a la mujer menos atractiva del mundo, tenía que soportar oírla alabando a su amigo, pues, al parecer, y gracias a Dios, no quería ser actriz, sino guionista. Y cuando el tema de conversación que compartían esos dos terminó, pasaron a otro para tocarle las narices.
—No sé por qué, pero no me termina de convencer este actor frente la cámara —dijo Paula señalándolo, para luego continuar ignorándolo y criticándolo ante su amigo como si él no estuviera allí—. Creo que le falta algo… —añadió.
Y, a la vez que Gustavo contemplaba la falsa y amable sonrisa que mostraba Pedro, intentando mostrarse encantador mientras retenía las ganas de decir lo que pensaba, decidió provocarlo un poco para que dejara atrás su actuación:
—Sí, lo que le falta a Pedro Alfonso es sinceridad.
—¡Vamos, Gustavo, que todavía estoy empezando en esto de la actuación! No seas tan crítico —lo amonestó él despreocupadamente, poniendo su mejor cara a pesar de las circunstancias, que lo llevaban a desear huir de la aterradora presencia que tenía ante él. Pero eso solamente fue hasta que la chica habló y le hizo más daño con sus palabras del que podía hacerle cualquier personaje ficticio con su presencia.
—Pedro Alfonso es un buen actor —manifestó Paula, mirándolo de arriba abajo como si lo estuviera midiendo. Por un instante, la sonrisa que le dedicó junto con esas halagadoras palabras lo llevó a pensar que, como cualquier otra mujer, había caído embaucada ante su apariencia. Pero entonces ella continuó con su discurso—: O, por lo menos, lo es hasta que desarrolla una escena romántica: en esos momentos es pésimo —terminó con bastante crueldad, haciendo que algo bullera dentro de Pedro y que en esos instantes dejara de actuar como estaba acostumbrado a hacer delante de todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario