Aún no me explicaba cómo podía seguir siendo amigo de ese pelirrojo tocapelotas…, bueno, sí. La única explicación de mi aparente locura era que, a pesar de su irascible e insoportable carácter, Gustavo era un magnífico escritor.
El día en el que entré en la universidad para estudiar Arte Dramático con la idea de comenzar mi carrera de actor, un papel arrastrado por el viento voló hacia mí. Contenía una fantástica historia, y yo, sin dudarlo, quise hacerme amigo de la persona que había escrito ese apasionado relato de amor. Creí confiadamente que me sería fácil, ya que siempre se me había dado bien encandilar a las chicas, pero cuando vi que el sujeto que me arrebataba la historia de entre las manos era un corpulento pelirrojo de metro ochenta y siete, comencé a dudar sobre cómo podría conseguir su amistad para que escribiera mis guiones. Tampoco ayudó demasiado que lo creyera gay y le guiñara un ojo para ver si mis encantos lo ablandaban y conseguía hacer que escribiera para mí, un gesto al que Gustavo contestó con uno de sus gruñidos.
Tuve que suplicarle durante meses que escribiera un guion para mí, especialmente cuando me enteré de que sus idas y venidas por la universidad sólo eran para recopilar información sobre un curso de guionista que quería realizar cuando terminara la licenciatura de Literatura Inglesa que estaba cursando.
Un día, al fin, él me escuchó en vez de ignorarme. Entonces, en ese momento se inspiró y se dignó sacar su pluma… y el muy condenado escribió el principio de su historia en mi camisa nueva de marca, arruinándola.
Tras acosarlo constantemente y conseguir que le concedieran algún crédito para su carrera, así como algún descuento en ese maldito curso de guionista por ayudarme en mis proyectos, al fin logré que ese irritante hombre se decidiera a escribir algo adecuado para mí.
Si lo aguantaba era porque cada obra que habíamos hecho juntos había sobresalido, ganándose las alabanzas de los profesores, un logro que me había hecho destacar ante los demás alumnos, haciendo que a nadie le pasara desapercibido mi nombre.
—¿Y quién es ese tal Pedro Alfonso? —oí, unas palabras que me sacaron de mis reflexiones y me molestaron bastante mientras llevaba la bandeja con el almuerzo de Gastón. Y, sin poder evitarlo, acerqué mi oreja a la conversación que estaba teniendo lugar en una mesa cercana mientras me ocultaba detrás de una columna.
—Es uno de nuestros compañeros de último año, un actor muy prometedor. Tal vez lo hayas visto en el corto Barreras de amor, que se proyectó en el último festival de la universidad.
—¡Ah, me encantó ese guion! ¡Me gustaría mucho conocer a quien lo escribió! Pero la interpretación del protagonista me pareció demasiado fría, no me llegué a creer en ningún momento que estuviera enamorado. Creo que le faltó pasión, algo que me hiciera creer que quería a esa chica de verdad y que no sólo estaba actuando delante de la cámara.
—Vaya…, ahora todos somos expertos críticos —murmuré irónicamente para mí mismo mientras ponía los ojos en blanco.
—¡Pero ¿qué dices?! ¡Si Pedro es un actor maravilloso! ¿Y has visto lo guapo que es? Un metro ochenta y cinco de puro atractivo, seductores ojos azules y hermosos cabellos negros —exclamó una de mis fans, que, gracias a Dios, puso a esa listilla en su lugar.
—Sí, y justamente porque es guapo no debería deleitar al público tanto con su físico sino con su actuación, haciéndola más creíble. Sobre todo en las escenas de amor.
—Bla, bla, bla, bla… —me burlé infantilmente desde mi apartado rincón, cada vez más molesto con esa novata y sus descuidadas palabras.
Hasta que un hambriento pelirrojo puso fin a mi infantil comportamiento cuando, tras arrebatarme la bandeja bastante furioso, hundió el dedo en la herida hecha a mi orgullo al señalar:
—Esa chica tiene razón.
—¡Venga ya, Gustavo! ¡Si soy un actor maravilloso!
—Sí, excepto en las escenas de amor.
—Cuando quieras y donde quieras, te demostraré lo bueno que soy. De hecho, soy capaz de enamorar con mis palabras a cualquiera de las mujeres que hay aquí. Tú sólo señálame una y yo…
Y antes de que terminara mis palabras, el insultante dedo de ese maldito pelirrojo se levantó señalando hacia la que había opinado tan alegremente de mi trabajo. Al ver la maliciosa sonrisa de Gustavo supe que mi bocaza me había metido de nuevo en problemas.
—La elijo a ella como protagonista para nuestro siguiente corto, y quiero que me demuestres lo buen actor que eres enamorándola delante de la cámara.
Cuando seguí la dirección de su dedo y vi a esa mujer, me dolieron los ojos y no pude evitar gemir en voz alta mientras le rogaba a mi amigo para que eligiera a cualquier otra.
De entre todas las bellezas que había en la cafetería, Gustavo tenía que elegir al único troll con faldas…, faldas que le llegaban hasta los tobillos, por cierto. Su atuendo se completaba con un amplio jersey, unas gafas de culo de vaso y unos despeinados cabellos negros que tapaban la mayor parte de su cara, lo que me impedía saber si era guapa y lo ocultaba por descuido o si simplemente la escondía porque sería mejor no verla ni en un millón de años.
—¡Venga ya, Gustavo, en serio! —me quejé intentando hacerlo cambiar de opinión.
—«A cualquiera, donde quieras y cuando quieras» —dijo él, recordándome mi chulería con una perversa sonrisa.
—Eres un cabrón… —repuse finalmente, cediendo a sus exigencias.
—Lo sé. Y tú eres un actor, así que demuéstrame de lo que estás hecho —contestó felizmente Gustavo mientras me empujaba hacia esa desgarbada chica, ante la que, sin saberlo, estaba destinado a pronunciar mi primer «te quiero» de verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario