Me reí tan falsamente como las mujeres que siempre perseguían a Pedro, y cuando comencé a halagarlo como ellas hacían, ese cabrón siguió hablando, pero a mis tetas. En ese instante estuve tentada de darle dos hostias bien dadas, pero como con esa reacción acabaría desvelando mi disfraz, seguí riendo falsamente mientras apretaba los puños con fuerza a mis costados.
—Cuéntame algo de ti: ¿cuáles son tus gustos, tus aspiraciones y tus deseos en estos momentos? —inquirió Pedro acercándose de manera tentadora a mí para asegurarse de ser uno de mis deseos en esos instantes.
—Me gusta escribir y estoy estudiando para ser guionista —respondí apasionadamente, consiguiendo tan sólo que ese hombre se burlara de mí.
—¡Oh! Pues si tanto te gusta escribir…, ¿por qué no me escribes tu número de teléfono? —preguntó el muy idiota, entregándome un bolígrafo mientras, para mi asombro, se levantaba la camisa.
Como todas las tontas que lo perseguían se habrían sentido halagadas en esas circunstancias y yo aún no quería deshacerme de mi disfraz, accedí a apuntarle un número de teléfono, concretamente el del bar de mi tío, a ver si Pedro tenía narices de hacerle algún tipo de proposición cuando le contestara al teléfono.
—Y dime, ¿en qué estás trabajando ahora? ¿Y con quién? —pregunté para saber si se acordaba de mí.
—Ahora estoy rodando un corto para mi proyecto de fin de carrera. Lo dirige mi amigo Gustavo y me está llevando más tiempo del deseado por culpa de la novata que mi amigo ha exigido meter en escena y que no sabe actuar.
—Tal vez lo suyo no sea la actuación y tan sólo haya entrado en escena por la curiosidad de ver de cerca un rodaje —dije excusando a esa novata que él estaba poniendo de vuelta y media y que, casualmente, era yo.
—Sí, pero tampoco lo intenta, y sólo me hace perder el tiempo cuando mi amigo insiste en que debo enamorarla y ella solamente sabe huir de escena por miedo a enamorarse de mí.
—¡Eso es mentira! —grité a ese vanidoso hombre. Y al darme cuenta de mi desliz, intenté arreglarlo añadiendo—: Ninguna mujer podría huir de tus encantos.
—¿De verdad crees eso… —preguntó Pedro con voz insinuante mientras me acorralaba contra la pared. Y, acercándose más a mí, me tentó con sus labios. Al final, cuando éstos estuvieron a punto de rozarse con los míos, sonrió maliciosamente antes de susurrarme algo que demostraba lo idiota que había sido yo—, Paula? —terminó, confirmando que había sabido que era yo desde el principio—. ¿De verdad pensabas que no te iba a reconocer? Es más que evidente que no sabes actuar, que sólo eres una novata… —comenzó a explayarse, criticando mi actuación y tal vez vengándose de las que yo le hacía a diario.
Pero, como yo no quería escuchar el sermón de ese vanidoso actor, cuando comenzaba a alejarse de mí lo agarré de las solapas de la camisa y lo acerqué a mí, arrebatándole ese ardiente beso con el que me había tentado y que, aunque fuera por una sola vez, yo quería experimentar entre sus brazos.
Pedro no tardó en responder a mi dubitativo beso, y, asombrándome, me devoró como si yo fuera su anhelo más profundo. Sus labios rozaron los míos una y otra vez con leves caricias, con el sutil roce de sus dientes tentándome a abrir la boca para permitir el paso de su avasalladora lengua, una lengua que exigió la respuesta de la mía sin concederme tiempo para pensar si lo que estaba sintiendo entre sus brazos era verdad o sólo una parte más de su actuación.
Mi lengua dudó en su respuesta, pero él la buscó y no la dejó huir de la pasión de ese beso. En el apartado rincón en el que nos hallábamos, un poco alejados de la multitud, Pedro se hizo un hueco entre mis piernas y acercó su fuerte cuerpo más a mí, ocultándome de miradas indiscretas y haciéndome notar la dura evidencia de su deseo.
Mientras su boca me devoraba, una de sus manos se adentró en mi estrecho vestido y acarició de manera tentadora mi trasero hasta llegar a mi tanga. Moviéndome a su gusto con el poder de un placer que era desconocido para mí y que yo comenzaba a anhelar, hizo que abriera más las piernas, ante lo que él se apresuró a colocar una de sus rodillas, haciendo que mi sexo se rozara contra ella cada vez que su maliciosa mano tiraba de mi tanga.
Sus besos no me dejaban pensar sobre si eso era lo que yo deseaba, y sus manos y sus caricias únicamente me abrumaban de placer, haciéndome desear más de la pasión que él me mostraba.
Su mano no se limitaba a tirar del hilo de mi tanga, sino que acariciaba hábilmente mi trasero y alzaba mis caderas hacia donde él quería. Mi cuerpo comenzó a rendirse frente a ese abrumador placer y a arquearse entre sus brazos contra la dura pared.
Pedro, aprovechando el momento de mi rendición, acarició mis excitados pechos por encima de la tela del sensual vestido hasta que mis enhiestos pezones se alzaron reclamando sus caricias. Él los agasajó con leves roces por encima de la tela mientras su traviesa mano movía con más ímpetu el tanga para que rozara mi clítoris, provocando que mis caderas comenzaran a seguirlo en busca de la pasión.
Cuando me torturó prodigándoles leves pellizcos a mis pezones acompañados luego de dulces caricias, me derretí entre sus brazos. Pedro me besó más ardientemente para silenciar mis gemidos de placer y mis gritos, que llevaban su nombre.
Mis caderas se movieron frenéticamente, aumentando los perniciosos roces contra la rodilla de ese hombre mientras él seguía guiándolas con su firme mano, que, hundida en mi trasero, todavía jugueteaba con mi tanga.
Finalmente, el placer me abrumó y yo acabé descontrolándome entre sus brazos y llegando al clímax sin que me preocupara nada de lo que nos rodeaba mientras él me ocultaba de todos. Cuando me derrumbé sobre la pared y Pedro apartó sus manos de mi cuerpo, pero todavía abrazándome, recordé que estábamos en medio de una fiesta, por lo que me apresuré a alejarme de la pared y volver a ella, seguida por Pedro.
Por primera vez en años, y bajo la mirada de ese hombre, me sentí la más hermosa, la más querida, la más deseada…, pero eso sólo duró hasta que los viejos rumores que había oído a lo largo de los años volvieron a alzarse, haciéndome sentir como siempre.
—¿En serio ésa es la hija de Amalia Chaves? ¡Pero si no se parece a ella en nada! —comentó una impertinente voz entre susurros mientras yo caminaba por la sala, fingiendo no oír nada.
—Sí, ella no brilla como lo hace Amalia —contestó la segunda.
—Cierto. Definitivamente, no tiene ni la décima parte del encanto de su madre.
—Y nunca será tan hermosa…
Las murmuraciones continuaron, y pese a que intenté simular que no oía nada y que no me importaba lo que nadie opinara, mis lágrimas inundaron por unos instantes mis ojos, ya que esos comentarios me hacían mucho daño.
Yo sabía que nunca podría ser tan hermosa como mi madre, pero… ¿por qué nadie podía verme sólo a mí cuando me miraba en lugar de compararme con alguien a quien nunca podría igualar? ¿Por qué no podía ser bonita, aunque fuese únicamente a ojos de una sola persona, si no podía serlo a los ojos de todos? Y, como si el destino quisiera herirme un poco más, los ojos de Pedro se clavaron en los míos justo cuando mis lágrimas comenzaban a desbordarse y el maquillaje a correrse. Me apresuré a limpiarme con una mano, causando un desastre, acabando con mi disfraz sin ningún género de dudas y demostrando que ya no quería seguir con ese juego.
Sintiéndome fea de nuevo, corrí para alejarme de un lugar donde no encajaba, sin preocuparme si los ojos de ese hombre me seguían o no, aunque, por unos instantes, eché de menos esa mirada llena de deseo y admiración que no me perseguiría nunca más.
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