jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 16

 


Llevaba semanas compaginando el trabajo en ese corto con mis clases.


Los momentos que tenía libres los pasaba ayudando a mi tío en el bar o escribiendo mi guion, no tenía tiempo para nada y mucho menos para fiestas…, no obstante, ese día me había dejado arrastrar otra vez en una más de las locuras de Amalia Chaves.


Para dar a conocer su agencia de talentos, mi madre no había tenido otra maravillosa idea más que celebrar una estrambótica fiesta. 


Las celebraciones que organizaba Amalia Chaves siempre eran muy llamativas y extravagantes, y para lograr que su agencia de talentos estuviera en boca de todo el mundo, en esta ocasión se había superado.


Mi madre había conseguido que uno de sus antiguos contactos le prestara un lujoso ático en el exclusivo barrio de Mayfair. Esta elegante zona del centro de Londres, situada entre Regent Street y el Hyde Park, rodeada de múltiples hoteles de estilo art déco, galerías de arte, tiendas de lujo y restaurantes de primer nivel, además de bonitas zonas verdes, era un lugar en el que nunca nos podríamos permitir vivir. No obstante, Amalia simulaba ante sus nuevos clientes que ella residía allí.


Mi madre intentaba impresionar a todos con ese lujoso apartamento situado en un edificio de estilo victoriano. El lugar albergaba un espacio de unos doscientos ochenta metros cuadrados, con puertas talladas a mano y un diseño exquisito y elegante perfectamente equilibrado. Las habitaciones tenían unos grandes ventanales a través de los que se apreciaban unas excepcionales vistas de Londres, y en sus balcones privados se podía disfrutar de una copa lejos del bullicio de la ciudad mientras se podía observar la arquitectura tradicional de la capital inglesa, mezclada con el lujo de sus modernas tiendas exclusivas.


Diferentes obras de arte, como cuadros, exclusivas piezas de escultura y lujosos libros de primeras ediciones intentaban hacerse con la atención de las jóvenes promesas que, incautamente, aceptaban las tarjetas de visita de mi madre desde que entraban por la puerta.


Ese lujoso ambiente que mi madre mostraba a sus potenciales clientes iba, además, acompañado por la presencia de un mayordomo y de un exclusivo chef francés, lo que terminaba de seducir a los asistentes sin que pudieran imaginar dónde se estaban metiendo.


A la vez que mi madre presumía de un dinero que no tenía y de una fama que nunca había alcanzado, embriagaba a todos con el alcohol, con los exquisitos aperitivos y con música en vivo que los llevaba a olvidarse de todo lo que no fuera disfrutar del momento mientras ella les hablaba de sus sueños de futuro, unos que muy probablemente no llegaría a alcanzar, pero eso era algo que los ilusos que rodeaban a Amalia Chaves no podían llegar a imaginar.


Normalmente, cuando mi madre daba ese tipo de fiestas ayudada por el dinero y el nombre de alguno de sus amigos actores, yo huía de ellas para esconderme en algún recóndito lugar lo bastante lejos para que no decidiera arrastrarme junto a ella. Pero en esta ocasión no había sido lo suficientemente rápida, y después de engatusarme con una peluquería en la que esta vez me hicieron un peinado decente, me llevó a esa casa, donde hizo que me pusiera un vestido endiabladamente corto, unas lentillas, y que una de sus amigas me maquillara como a las modelos de las revistas.


Cuando terminaron conmigo, me sorprendí gratamente al observar a la mujer que vi ante mí en el espejo, aunque aún detestaba ese vestido. Al contemplar mi cabello liso y negro reluciente, mis ojos verdes, que destacaban en mi insulso rostro junto con mis labios carnosos y mi figura, a la que se ajustaba y moldeaba el minúsculo vestido que atraía alguna que otra mirada de admiración, me sentí atractiva.


Increíblemente, mi primer pensamiento tras ver lo bonita que podía llegar a ser fue hacia Pedro. En esos instantes quise que él me viera, que coqueteara conmigo como hacía con otras, que me alabara sin saber que era yo, que intentara seducirme como hacía prácticamente con todas y, muy en el fondo, deseé que se enamorara verdaderamente de mí, como decía su guion.


Y, como si mis deseos hubieran sido escuchados, justo en ese momento vi a Pedro Alfonso entrando en la fiesta. Sin poder evitar mi curiosidad, detuve los apresurados pasos de mi madre para preguntarle qué hacía él allí.


—Mamá, ¿por qué Pedro Alfonso está en tu fiesta?


—¿Lo conoces? Por lo visto, es un actor muy prometedor y he tenido la suerte de que alguien le hiciera llegar mi tarjeta. Me llamó hace unos días para preguntar por mi agencia, por lo que decidí invitarlo.


—Yo le di esa tarjeta, mamá: es uno de mis compañeros de la universidad. No es tan buen actor como crees.


—Bueno, pero tal vez con la guía adecuada pueda llegar a serlo. Me han hablado muy bien de él —repuso mi madre. Y, antes de que pudiera ponerle alguna pega a su presencia en el lugar, mi madre me arrastró hacia donde se encontraba Pedro—. Ven, acompáñame, seguro que ni siquiera te reconoce —añadió, haciéndome sonreír ante la idea de que él se sintiera atraído por mí sin sospechar quién era realmente.


Sintiéndome más segura, dejé que mi madre me llevara con ella. Cuando se plantó ante Pedro con todo descaro, «se olvidó» convenientemente de presentarme, y disfruté viendo cómo los ojos de ese hombre se desviaban continuamente hacia mí. Me di cuenta de que su mirada me devoraba y me sentí atractiva, deseada, hermosa, y decidí disfrutar de ese momento de llamar la atención de una estrella como él, que en otras circunstancias nunca se detendría para mirarme si supiera quién era yo en realidad.




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