—No te lo crees ni tú —contestó Paula despectivamente mientras ponía los ojos en blanco ante las palabras del despreocupado actor que tenía frente a ella, provocando que éste se mesara los cabellos con frustración cuando sus supuestas palabras de amor sonaron tan falsas y malas como su interpretación.
—¡Gustavo, di algo! —protestó Pedro buscando el apoyo de su amigo, del que solamente recibió una respuesta que no lo ayudaba.
—Yo tampoco me lo creo. Y si no convences a la que se supone que es tu enamorada, ¿cómo pretendes convencer a los demás?
—Es que ella no se deja conquistar, ¡y así no hay manera! —se quejó Pedro mientras señalaba ofuscado la erguida y reacia postura que mantenía esa chica, que, con los brazos cruzados, sonreía maliciosamente ante su frustración.
—Creo que lo mejor será que nos tomemos un descanso. Y, mientras estamos en ello, ¿por qué no intentáis conoceros mejor y ver en qué falla vuestra interpretación?
—Muy fácil: el fallo está en que él y yo nunca encajaríamos como pareja —apuntó Paula antes de alejarse para tomar un refresco de los que se encontraban sobre una pequeña mesa plegable en un rincón de la estancia.
—¿Lo dices por mí o por ti? —inquirió Pedro molesto, persiguiendo a la muchacha sin permitirle que huyera de sus palabras.
—Admitámoslo: un hombre como tú nunca se fijaría en una chica como yo —dijo Paula volviéndose hacia él con una sonrisa irónica.
—¿Por qué?
—Tú buscas una chica que vaya más contigo y tu vanidoso aspecto, que luzca más junto a ti y, seamos realistas: yo nunca luciría junto a nadie.
—Aún no me queda claro si me estás despreciando a mí o a ti misma con tus palabras, pero te diré una cosa: tú no me conoces en absoluto. No sabes lo que busco en una mujer o lo que haría que me enamorara de ella, y aun así me juzgas.
—Pero un hombre como tú nunca permite a nadie que se acerque más allá de esa perfecta fachada para llegar a conocerlo.
—Y una mujer como tú siempre usará su poco atractiva apariencia para que nadie se acerque —anunció Pedro mientras la rodeaba, admirándola de arriba abajo—. Y cuando alguien lo haga… —continuó, dando un repentino paso hacia ella para acortar la distancia que los separaba—, simplemente huirá —terminó, exhibiendo una perversa sonrisa de satisfacción cuando la vio alejarse de él. »Sé que no quieres enamorarte, pero por lo menos podrías intentar fingirlo para no hacerme repetir la misma escena mil veces. A fin de cuentas, se trata del rodaje de un corto, es ficción.
—¿Qué quieres que te diga? Cuando te veo actuar no me creo ninguna de tus palabras, y se me hace difícil pensar que ese «te quiero» sea mínimamente realista.
—Me pregunto si cuando escuches una verdadera confesión procedente de un hombre seguirás creyendo que es mentira —musitó Pedro mientras se acercaba lentamente a Paula. Y, esta vez, ella no retrocedió y permaneció ante él desafiante.
—Me pregunto si tus palabras de amor sonarán siempre tan falsas… — respondió atrevidamente ella sin recular.
—No lo sé, pero tal vez será mejor que las recuerdes, porque puede que sean las únicas que recibas —declaró Pedro ácidamente mientras atrapaba con despreocupación un mechón de su desastroso cabello para acariciarlo distraídamente entre los dedos, ya que, posiblemente, ése sería el único acercamiento que le permitiría esa mujer.
—No, gracias. Yo busco un «te quiero» de verdad, no como los que tú recibes a diario de tus admiradoras y que no significan nada porque ninguna de esas chicas te conoce.
—¡Ah! ¿Y quién te conoce a ti, Paula? —preguntó Pedro a la vez que, para asombro de la joven, besaba dulcemente uno de los mechones de sus maltratados cabellos para luego dejarlo ir entre los dedos mientras la miraba fijamente, echándole en cara lo que ella siempre intentaba esconder—: ¿Le permitirás a alguien quererte alguna vez? —Y, antes de que ella contestara con las irónicas palabras detrás de las que siempre se ocultaba, Pedro respondió por ella—: Aunque, quizá, antes de permitir que alguien te quiera, tengas que empezar por quererte a ti misma.
Tras esas crudas palabras, que le desvelaban a Paula que ese hombre se le había acercado lo suficiente como para empezar a conocerla, ella sintió miedo y, sin más, se alejó corriendo de esa habitación, dándole la espalda, no a un gran actor, sino a un hombre sincero que la aterraba porque ése sí era un personaje del que ella podía llegar a enamorarse.
—¡Vaya! Esta vez no he sido yo el que ha espantado a la actriz… — manifestó Gustavo, señalándole a Pedro la huida de esa chica.
—No te preocupes: volverá —aseguró él sin dejar de observar cómo esa mujer se alejaba corriendo por los pasillos, provocando gritos de sorpresa en algunos de sus compañeros, e, incluso, que alguno acabara golpeándose contra la pared por no poder dejar de contemplar con asombro su aspecto.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque ella quiere demostrar que soy un pésimo actor y que, por supuesto, no soy capaz de enamorarla.
—¿Y tú qué opinas?
—Que mi actuación sólo acaba de empezar —dijo Pedro, dejando entrever una maliciosa sonrisa que demostraba que había dejado de interpretar y que pensaba divertirse de lo lindo enamorando a esa chica, sin darse cuenta de hasta qué punto su mentira se estaba convirtiendo en verdad.
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