Definitivamente, no hice la elección más acertada al escoger a mi madre para que me aconsejara, pero era la única con la que podía contar para cambiar mi imagen. Si yo no había cambiado mi descuidado aspecto durante todos esos años se debía en gran parte a ella. En el pasado, cuando apenas era una niña y mi madre intentaba jugar conmigo poniéndome bonitos vestidos y delicados peinados tratando de que fuera como ella, algún conocido siempre nos miraba a ambas y terminaba diciendo esa molesta frase: «No puedo creer que sea la hija de Amalia Chaves», unas palabras que no dolían menos con el paso de los años y que me habían llevado a desistir de arreglarme, ya que yo nunca alcanzaría su belleza y no quería que me compararan más con ella.
Mi madre, sumamente emocionada pero sin mucho dinero con el que ayudarme, me llevó a una peluquería en la que mi nuevo corte de pelo me saldría gratis, ya que una de las chicas en prácticas experimentaría conmigo.
Mi mirada se dirigió hacia una de las muchachas, que parecía ser más competente, pero mi madre arrastró junto a mí a un chico bastante nervioso, afirmando que, por su experiencia, los mejores peluqueros siempre eran hombres, y lo puso a trabajar en mi cabello.
—Me voy. Definitivamente, esto es un error —dije cuando vi que ese chico no era capaz de dejar de mover nerviosamente las tijeras mientras me hablaba de su creación y su arte.
Pero mi madre, resistiéndose a dejarme marchar cuando por fin había decidido cambiar mi look, me empujó nuevamente hacia mi lugar mientras me entretenía con su charla.
—Es por un chico, ¿verdad? —preguntó mientras el peluquero comenzaba con una de sus mágicas creaciones.
—Sí —confirmé, resuelta a decir la verdad.
—¡Lo sabía! ¡Al fin te has enamo…! —Y cuando mi madre vio una irónica sonrisa en mi rostro, a la espera de que terminara sus soñadoras palabras para sacarla de su error, se detuvo y no continuó por ese camino. En su lugar, me preguntó confusa—: ¿Por qué quieres cambiar, Paula?
—Tengo que ser la actriz principal en un corto que van a rodar en la universidad, y no quiero que el protagonista me ponga a mí o mi aspecto como excusa cuando comience a fallar en su actuación, intentando hacerme creer que me ama.
—¡Vaya! Al fin te ha salido la vena artística de la familia.
—No te engañes, mamá: yo siempre preferiré estar detrás de las cámaras en vez de delante.
—Entonces ¿por qué lo haces?
—Porque interpretaré a la pareja de un mal actor que se cree bueno, y voy a disfrutar señalándole cada uno de sus errores, ya que él ha hecho eso mismo, y con mucha crueldad, con los míos.
—Deberías tener mucho cuidado con ese tipo de actores, Paula, porque cuando aprenden y al final son tan buenos como para hacernos creer sus palabras de amor nos acaban enamorando con ellas. Y ese tipo de amor es muy engañoso, ya que no sabes dónde empieza o dónde termina su actuación.
—¡Por favor, mamá! Yo no soy como tú, nunca me enamoraré tan estúpidamente como para permitir que me rompan el corazón. Y menos aún de un hombre como ése…
—Ya. Lo que tú digas, Paula, lo que tú digas… —replicó. Y esta vez fue ella la que me miró con una cínica sonrisa, como si supiera lo que me esperaba.
Intentando ignorar su mirada, dirigí mis ojos hacia el espejo que tenía ante mí cuando el chaval gritó ilusionado:
—Voilà! ¿Qué opina de mi creación?
Mi madre me miró con la boca abierta, sin saber qué decir, mientras que yo me limitaba a fulminar al chaval con la mirada, sin decidirme si matarlo en ese instante o esperar primero a que arreglara mi peinado, si es que a eso se le podía llamar «peinado».
—Creo que si alguien te cortara las dos manos le haría un gran favor al mundo. Ahora, ¡arregla esto! —exigí, bastante cabreada, sin saber que ese chico en verdad era un llorica que se deprimiría tanto con mis palabras que no querría volver a coger sus tijeras y sus peines.
Mientras mi madre intentaba consolarlo penosamente, haciéndolo llorar más aún, yo perseguía a ese estilista con mis amenazas porque se me acababa el tiempo para llegar a la universidad. Al final, el resultado fue que nos echaron a ambas del salón de belleza y que tuve que dirigirme a la facultad con un aspecto más lamentable que el día anterior.
—No es para tanto —dijo mi madre mientras caminábamos hacia la parada del autobús, provocando que le dirigiera una mirada airada.
Ella empezó a alabarme y a intentar hacerme pensar que mi aspecto no era tan lamentable. En otra de sus alocadas ideas, hizo que nos desviáramos de nuestro camino para pasar junto a unas obras, pues parecía pensar que algún piropo procedente de los descarados trabajadores podría alegrarme el día. Pero cuando llegamos hasta ellos, los obreros que habían dedicado hermosos halagos a las mujeres que pasaban por delante guardaron silencio y se pusieron a trabajar. Mi madre, empecinada en sacar algunos piropos a esos tipos, me hizo pasar una y otra vez por delante del lugar. Y cuando los obreros al fin se fijaron en mí y comenzaron a hablar, deseé que hubieran continuado mudos.
—¡Debes de haber caído del cielo…! —me gritó uno, haciendo que mi madre sonriera complacida mientras me señalaba:
—¿Ves? Te ha confundido con un ángel… —mencionó mi madre satisfecha.
Pero su sonrisa de satisfacción duró poco. Concretamente, lo que tardó el hombre en completar su comentario:
—¡… y, sin duda, lo has hecho de cara!
A ese graciosillo lo siguieron otros muchos, que me llevaron a fulminar a mi madre con la mirada.
—Ahora sé que Dios existe… ¡y es muy cruel!
—No eres fea, muchacha: ¡sólo incómoda de ver!
—No te preocupes: la belleza está en el interior…, ¡pero muy muy muy en el interior!
Tras contestar a esos idiotas como se merecían, con el dedo corazón alzado, me alejé de esa descabellada nueva estupidez a la que me había conducido mi madre.
Y mientras yo, con mi nuevo aspecto, provocaba que los coches pararan y los hombres se volvieran para mirarme, aunque no precisamente a causa de mi hermosura, miré a la responsable de gran parte de mis problemas reclamándole una solución. A lo que ella contestó, justo antes de coger el autobús:
—Dijiste que era actor, ¿verdad? Pues hoy vamos a comprobar cuán bueno es.
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