Cuando Paula se dirigió hacia una de las habitaciones, creyó que a nadie le importaría su ausencia, que su madre no se daría cuenta de su dolor y que nadie se interesaría por sus lágrimas. Pero, antes de que alcanzara la puerta del lugar donde había decidido ocultarse para huir de las risas, las burlas y los rumores, sintió que alguien cogía su mano y tiraba de ella para introducirla en ese cuarto.
Cuando Paula se percató de quién era la única persona que la había visto de verdad, intentó soltar la mano de ese hombre. Pero Pedro no la dejó, y, llevándose con ternura su mano a los labios, la besó con delicadeza antes de declarar en voz alta:
—Eres muy hermosa.
—¡No mientas! —gritó Paula llena de dolor a causa de los rumores que nunca la pondrían a la par de su madre.
Los besos de Pedro cubrieron dulcemente su rostro mientras sus dedos limpiaban el rastro de sus lágrimas, y cada instante en el que sus labios no agasajaban su piel lo hacían sus palabras repitiéndole una y otra vez la misma frase:
—Eres muy hermosa.
Paula no era tan ilusa como para creer que esas palabras fuesen ciertas, pero, por una vez, quiso dejar la sensatez a un lado y ser simplemente una mujer que disfrutaba del momento y de la ilusión que ese actor le ofrecía.
Los pasos de Pedro la guiaron sutilmente hacia la cama, y, distrayéndola con un beso que le arrebató la razón, la tumbó sobre ella. Sus besos pasaron de ser dulces a ardientes, sus dientes le propinaron sutiles mordiscos a su labio inferior hasta hacerla gemir de pasión, para luego avasallarla con su exigente lengua, requiriendo una respuesta a sus avances.
Paula apenas sabía cómo manejar ese tipo de besos, pero, aprendiendo rápido de ese hombre, buscó con decisión la respuesta que Pedro le reclamaba, igualando finalmente su ardor.
Las manos de Paula se enredaron en los cabellos de Pedro, exigiéndole más de ese beso, y él se lo dio mientras sus fuertes manos acariciaba sutilmente su piel, comenzando a alzar el escueto vestido que minutos antes había deseado arrancar del cuerpo de Paula sobre aquella pared.
Cuando sus labios no se contentaron con el sabor de la boca de Paula, Pedro quiso probar el de su sedosa piel, por lo que descendió lentamente por su cuello y le dedicó cálidos besos para luego marcarla con su ardiente lengua, haciéndola arquear su cuerpo en busca de más de esas excitantes caricias.
Las atrevidas manos de Pedro bajaron el escote del vestido, mostrando una hermosa piel blanca y unos perfectos y redondos senos que no dudó en acoger entre las manos para devorar con pasión las erizadas cumbres que le mostraban cuánto deseaba Paula cada una de sus caricias.
Él no dudó en complacerla con sus besos, con su traviesa lengua y el leve roce de sus dientes, que la hicieron gritar de placer entre sus brazos. Y, sin poder evitarlo, dejó escapar una vez más la verdad de entre sus labios, una verdad que, una vez más, ella se negó a creer. Tal vez porque quien la decía era un hombre que la mayoría del tiempo sólo sabía actuar.
—¡Dios mío, Paula! ¿Cómo puedes pensar que no eres hermosa?
—Porque no lo soy.
—Por supuesto, ésta es la reacción que yo tendría ante una mujer carente de todo atractivo… —ironizó Pedro, acercando su cuerpo más a ella para que notara su dura erección—. Estoy así desde que entré por la puerta y te vi con ese vestido.
—¿Sabías desde el principio que era yo? ¿Te has divertido jugando conmigo?
—Claro que sí. Al menos tanto como tú lo has hecho conmigo al fingir que eras una de mis alocadas fans… Confiésalo: en el fondo me adoras… —comentó burlonamente, llevándose un mordisco en el labio, gesto que él aprovechó para convertirlo en un ardiente beso con el que a esa empecinada mujer no le cupiera la menor duda de cuán intenso era su deseo.
—¿Es esto parte de tu actuación? —preguntó Paula confusa cuando él la dejó tomar aliento.
—¿Por qué no puedes creer simplemente que te deseo? —inquirió Pedro mientras ella, sin responder a sus palabras, evitaba su mirada y recomponía sus ropas para alejarse de él y de la pasión que había bullido entre ambos.
Tras adecentar su aspecto, Paula pasó junto a Pedro. Y cuando él creía que ya no contestaría a su pregunta, ella susurró antes de abrir la puerta:
—Porque en ocasiones eres muy buen actor.
Dolido con esa respuesta, que rechazaba su deseo, su pasión, sus sinceros besos y sus confusos sentimientos hacia una mujer a la que no comprendía y que comenzaba a volverlo loco, Pedro empujó la puerta, cerrándola de nuevo. A continuación, se acercó a ella para susurrarle al oído unas palabras que, tal vez, no querría oír en voz alta.
—Pues, según tú, no lo soy… —le recordó mientras acercaba su cuerpo a la rígida espalda de la chica, lo suficiente como para que ella comprobara la evidencia de su deseo.
Sin dejar de apoyar una mano sobre la puerta para que Paula no pudiera volver a abrirla, Pedro le dio la vuelta y le alzó el rostro para que ella lo mirara mientras le proponía:
—¿Por qué no representamos un nuevo papel esta noche: el de dos extraños que se encuentran en una fiesta y no pueden evitar sucumbir a su deseo?
—Sólo será sexo, porque no quiero ser una más de esas estúpidas chicas que corren detrás de ti a la menor oportunidad y que, cuando consiguen aburrirte, desechas con gran facilidad.
—Tú nunca permitirías que me acercara lo suficiente como para que llegara a aburrirme de ti —declaró Pedro. A continuación le preguntó—: ¿Qué es lo que quieres de mí, Paula?
—Una sola noche… —contestó esa mujer tras unos instantes de vacilación, mostrando una mirada decidida que, por primera vez, lo observaba con deseo.
—¿Quieres que represente para ti el papel de galán esta noche, de perfecto protagonista de una película de amor? —preguntó él irónicamente mientras volvía a ponerse esa molesta fachada de actor que ella tanto detestaba. Y, antes de que siguiera con su pésima interpretación, Paula cogió su rostro entre las manos, un rostro que ahora lucía una cínica sonrisa. Y cediendo a sus deseos, quiso interpretar junto a él esa mentira.
—No, quiero que representes el papel de un hombre que me desea sólo a mí.
Tras esto, los labios de Paula buscaron dulcemente los suyos, ante lo que Pedro respondió con una pasión con la que ella no podría tener dudas de que la deseaba.
Su boca la devoró, buscando con desesperación la confirmación de que él era lo que ella deseaba esa noche. No el hombre perfecto, no el atractivo galán o el chico de brillante sonrisa, sino el hombre con defectos que sólo se quitaba su máscara ante ella.
Cuando las manos de Paula volvieron a coger con fuerza sus cabellos sin querer dejarlo marchar, él alzó sus esbeltas piernas para que lo rodearan, provocando que el corto y excitante vestido se le subiera, lo que aprovechó Pedro para acariciar atrevidamente esas piernas que lo aprisionaban, rozando con suavidad su piel hasta llegar a una excitante ropa interior de encaje negro. Sin poder evitarlo, separó sus labios de ese beso que lo enardecía para exclamar asombrado:
—¡Joder! ¡No me digas que esto es lo que llevas debajo de esas feas faldas de abuela que normalmente vistes, porque no voy a poder dejar de tener sueños calenturientos con esa horrenda prenda!
Sus palabras la hicieron sonreír, momento en el que él pudo volver a contemplar ante sí a la mujer más hermosa del mundo.
Mientras ella le daba pequeños y dulces besos, premiándolo por haberle hecho olvidar sus nervios, él la condujo de nuevo hacia la cama. Y, tras tumbarla sobre ella, le anunció con una sonrisa:
—Esta escena es sólo para ti.
A continuación, y con la idea de volver a verla sonreír, Pedro empezó a despojarse lentamente de su ropa como haría cualquier actor en una típica escena de seducción. Primero arrojó su chaqueta a un lado. Luego se despojó con despreocupación de sus zapatos, y, después de aflojarse la corbata, continuó desabrochando lentamente los botones de su camisa comenzando con los puños, como si fuera todo un seductor, y luego, despacio, los restantes botones. Una seductora fachada que terminó en cuanto ella lo miró con malicia y, poniéndose de pie sobre la cama, se quitó sus excitantes bragas de encaje sin desprenderse de su vestido para arrojárselas a él.
—¡Fin de la actuación! —exclamó Pedro para pasar a deshacerse de su ropa tan precipitadamente como haría cualquier hombre en esa situación.
El frío y calculador actor dejó paso a un personaje al que no le importó arrancar algún botón de su camisa ni saltar a la pata coja hasta la cama con impaciencia por unirse a ella mientras trataba de quitarse con torpeza los pantalones.
Luego, desnudando su cuerpo y su alma por completo, se tumbó junto a ella mientras repetía una vez más esas palabras que Paula no terminaba de creerse, pero que Pedro estaba dispuesto a repetir las veces que hiciera falta hasta que las creyera.
—No puedes imaginarte lo hermosa que eres, Paula —dijo acariciando lentamente su rostro.
—¿Por qué sólo tú crees que soy hermosa? —preguntó Paula. Y, sin saber qué otra cosa contestar, él se limitó a decir la verdad.
—No lo sé, pero cuando te veo no puedo evitar desear egoístamente que seas sólo mía.
Tras besar esos labios con toda la dulzura que nunca le había dedicado a otra mujer, Pedro intentó expresar con sus caricias lo que no podía con sus palabras.
Sus besos descendieron lentamente por el cuello de Paula, mientras sus manos la desprendían de su ropa, haciéndola temblar de deseo ante cada una de sus caricias. Besando cada centímetro de piel que quedaba expuesta ante sus ojos, sus labios fueron bajando por el cuerpo de Paula, mostrándole lo hermosa que era cada parte de ella con sus labios, su lengua y los susurros que le dedicaba, insistiendo en lo bella que era a sus ojos.
Sus palabras, unidas a sus caricias, la hicieron gemir de deseo, lo que Pedro aprovechó para mostrarle lo verdadera que era su pasión. Su boca se cerró sobre las suntuosas cumbres de los senos que sus manos acogían como un manjar, un manjar que no dudó en degustar hasta oírla gritando su nombre.
Mientras ella agarraba las sábanas de la cama sin llegar a tocarlo, tal vez porque entonces todo parecería más real y no una parte de sus fantasías, él continuó descendiendo por su cuerpo mostrándole lo real que era ese momento. Las manos de Pedro bajaron despacio por su costado, haciéndola estremecerse, y agarraron su cintura para que su boca siguiera el indecente camino que él había marcado. Besando lentamente su piel, la lamió con dulzura antes de rozarla con los dientes y susurrar su nombre para que no olvidara nunca quién era el que la estaba convirtiendo en esa apasionada mujer.
Pedro hizo que Paula arqueara el cuerpo, pidiendo más de esa pasión que sólo él podía hacer bullir en ella. Y, mientras su lengua jugueteaba con su ombligo, sus atrevidas manos descendieron por sus piernas, abriéndolas ante él.
Luego subieron de nuevo lentamente, haciéndola temblar ante la forma en que la exponía. Y sólo cuando Pedro cesó con las caricias, tanto de sus manos como de su lengua, Paula lo miró confusa.
Ante esa reacción, él le dedicó una maliciosa y ladina sonrisa que nunca mostraría el perfecto actor, pero sí un hombre, y agarró firmemente el trasero de Paula para alzarlo ante él antes de hundirse entre sus piernas y probar el sabor de su deseo.
Ella, sorprendida por las licenciosas caricias de esa lengua y esas manos que la sujetaban sin permitirle huir del arrollador placer que la dominaba, gritó el nombre del hombre que la volvía loca, ya fuera en la vida real o en sus sueños. Las sábanas que estrujaba entre las manos no fueron suficientes para retener su pasión, y, como si él supiera lo que necesitaba, las guio hacia sus cabellos, permitiendo que Paula hundiera las uñas entre ellos, unas uñas que luego descendieron por su espalda, marcándolo con la intensidad de su deseo.
Mientras esa traviesa lengua agasajaba su clítoris con leves toques, uno de los dedos de Pedro se adentró en su húmeda cavidad, haciéndola gritar de nuevo. Cuando él comenzó a marcar un ritmo que la mano que apretaba su trasero la apremiaba a seguir, otro de esos osados dedos se unió al primero, haciéndola quedar más expuesta ante su deseo y apremiándola a abandonarse a un placer que desconocía, pero que ansiaba. Finalmente, Pedro la llevó hasta el clímax de ese sueño en medio de placenteras convulsiones.
Satisfecho con la rendición de Paula, Pedro salió de entre sus piernas con una sonrisa de triunfo, y antes de que ella recordara quién era y se alejara de él o que lo reprendiera por su vanidosa sonrisa, él se adentró en su interior de una profunda embestida, mostrándole que su noche de placer tan sólo acababa de comenzar.
Paula gimió, sorprendida ante el dolor de la primera vez, y cuando la neblina de ensueño se retiró, por unos instantes, apartó los ojos del rostro del hombre al que se había entregado pero por el que en verdad no sabía lo que sentía. En ese momento, como si Pedro hubiera intuido que ella quería alejarse, atrajo su rostro hacia él para que sus ojos se encontraran.
—Esta noche es nuestra, Paula. No permitas que nada te la arrebate. Imagina que soy, no ese actor encantador que luce genial ante la pantalla, sino ese hombre imperfecto que, confuso por lo que siente, por primera vez no sabe cómo expresarte cuánto te desea —declaró mientras cogía de nuevo las inquietas manos de la chica y las llevaba junto a su pecho para mostrarle, con los acelerados latidos de su corazón, que tal vez sus palabras en esa ocasión contuvieran algo de verdad—. Un hombre al que se le traban las palabras cuando intenta explicar cómo se le acelera el corazón sólo por estar a tu lado, que sólo en tu presencia pierde esa fachada superficial que siempre intenta mantener; un hombre que, egoístamente, quiere que te enamores de él sin dar nada a cambio por miedo a descubrir lo que es el amor. Un estúpido personaje que deja de actuar únicamente contigo y al que el amor le sonará real cuando tú estés entre sus brazos. Cree en mi deseo aunque sólo sea por esta noche y finjamos que guardo algo más profundo en mi corazón, como puede ser un «te quiero».
De todas las palabras de amor que Paula había oído salir de la boca de ese hombre, ésas fueron las que le parecieron más reales. Y que éstas fueran acompañadas por sus besos y sus caricias hicieron que ella lo atrajera a sus brazos y se rindiera ante esa mentira, fingiendo un amor que, tal vez, en realidad no estaba tan lejos de sentir por ese hombre.
Pedro se movió lentamente, volviendo a hacer que el cuerpo de Paula se estremeciera de deseo entre sus brazos, que sus manos se clavaran en su espalda cuando sus apremiantes y profundas acometidas la llevaron de nuevo a la cima del placer y que sus uñas marcaran su piel cuando el éxtasis la urgió a acompañarlo en el instante en que ese hombre gritaba su nombre mientras llegaban al clímax al unísono.
Saciada su pasión, ambos se miraron confusos. Paula, intentando oculta tímidamente su cuerpo desnudo entre las sábanas, trataba de alejar a Pedro, mientras él, acomodándose en la cama, anunciaba con ironía:
—Supongo que nuestra actuación ha finalizado.
Ella le dirigió una furiosa mirada mientras se hacía decididamente con las sábanas para envolverse con ellas y, a continuación, se dispuso a buscar sus ropas. Pero antes de que se alejara de la cama, Pedro la atrajo hacia sus brazos para recordarle al oído:
—Tu noche aún no ha terminado y yo aún no interpreto el papel de enamorado a la perfección, así que supongo que tendremos que seguir ensayando, ¿no te parece?
Y todas las excusas de Paula murieron en sus labios cuando él volvió a interpretar su papel, esta vez más creíble que nunca, por lo que ella no pudo evitar rendirse frente a ese hombre enamorado, fuera cierto o no.
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