—¡Luces, cámara… y acción!
Como actor, te aprendes tu papel de memoria, te metes en el pellejo del protagonista, investigas cómo sería ese personaje si existiera en realidad, te conviertes en él y, por unos instantes, crees que tienes al alcance de la mano ese amor que a ti se te resiste tanto. Pero en un guion están escritas todas las escenas y no hay ninguna sorpresa, sabes cómo será el final y, a diferencia de la vida real, casi todos los finales suelen ser felices. En la vida, por su parte, el amor es impredecible y da muchas vueltas antes de ofrecernos ese final que tal vez no sea tan feliz como crees y dista mucho de parecerse al que habías imaginado.
En el cine, los protagonistas dicen las palabras correctas en el momento adecuado; en la realidad, cuando estamos enamorados, las palabras pueden meternos en más de un problema.
Las historias que vemos en la pantalla nos muestran los claros sentimientos de los protagonistas desde el principio; en nuestras propias historias, los sentimientos son demasiado confusos como para darnos cuenta de que nos hemos enamorado hasta que en ocasiones ya es demasiado tarde.
En las películas, las grandes escenas que quedan grabadas en nuestra memoria y en nuestro corazón se repiten una y otra vez hasta que quedan perfectas; al contrario que las grandes escenas de nuestra vida, que no vuelven a repetirse y solemos equivocarnos con mucha facilidad, sin recordar que ya no hay vuelta atrás.
Los protagonistas, sean héroes o galanes, aunque puedan exhibir sus debilidades ante la cámara, terminan siendo perfectos a nuestros ojos, mientras que los hombres de verdad cometemos muchos errores y tenemos demasiadas debilidades que no queremos enseñar para no acabar pareciendo demasiado imperfectos a los ojos de la persona que nos importa.
El amor, la pasión, el deseo…, los actores podemos fingirlo todo delante de las cámaras frente a cualquier mujer. Pero, detrás de ellas, sólo habrá una que hará saltar nuestro corazón.
Cuando las cámaras se apagan, termina nuestra historia de amor de ficción, pero… ¿qué pasa con la de verdad? La que no sucede delante de todos, la que nos hace más humanos y queda grabada en nuestro corazón y no en una película… Para ésa no sabemos cuál será el final, no sabemos dónde está nuestra marca porque nadie nos lo indica, ni tampoco lo que debemos decir o cuándo será el momento correcto para decirlo.
Todos esperaban a que comenzara mi actuación, el director ya había dado la entrada, las cámaras comenzaban a filmar y yo sabía perfectamente qué tenía que decir y qué tenía que hacer para poner fin a esa última escena.
Delante de mí tenía a la mujer perfecta para esa historia, perfecta a los ojos de todos los demás, una chica a la que debía decirle ese falso «te quiero» por el que todas suspirarían.
Pero cuando abrí la boca no salió palabra alguna dirigida a ella, y mi corazón, tan impredecible como el de cualquier hombre enamorado, dejó de actuar y se volvió hacia la mujer que amaba. Fijando mis ojos sólo en ella, expuse mi mayor debilidad mientras pedía perdón por todos esos falsos «te quiero» que ella había oído de mis labios en el pasado mientras, en esta ocasión, le dedicaba el que era de verdad.
—¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Joder! ¿Cuántas veces tengo que repetirlo para que sepas que en esta ocasión es cierto? —le pregunté sin saber si me creería o no después de todo el daño que le había hecho.
Pero cuando miré a sus desconfiados ojos supe que el hecho de que ella creyera en mí no dependería de mi actuación, sino de mi amor.
Y, a pesar de no recibir una respuesta, allí continué, gritando mis «te quiero» ante el asombro de todos los presentes, que creían que estaba actuando, cuando la verdad era que, con ella, hacía mucho tiempo que había dejado de hacerlo.
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