jueves, 31 de diciembre de 2020

CAPÍTULO FINAL

 


—Mamá, ¿Cuándo vas a perdonarlo? —le preguntó Paula a su madre, deseando que su historia de amor acabara con el final feliz que ella se merecía.


—Llega demasiado tarde como para que lo perdone —respondió Amalia, esquivando la divertida mirada de su hija, que sabía que se estaba haciendo la difícil, pues sus ojos no paraban de dirigirse hacia la puerta esperando la entrada de Bruno.


—Ajá… Dices que no piensas perdonarlo…, ¿y para qué te arreglas tanto entonces?


—Paula, las mujeres siempre tenemos que lucir hermosas en cualquier momento de nuestra vida. Es obvio que me arreglo para mí misma.


—Estoy confusa, mamá, porque hace sólo unas semanas decías que ni loca pensabas manchar uno de tus trajes en este mugriento bar cuando te vieras obligada a ayudar al tío Alberto, y ahora nadie puede apartarte de aquí y luces más guapa que nunca…


—¡Oh! ¿De verdad lo crees, Paula? —preguntó Amalia, retocándose delante del espejo una vez más.


—¡Venga, mamá, que todos sabemos que lo haces por él!


—¡Vale, vale! Reconozco que me arreglo porque no quiero que Bruno me vuelva a ver tan desaliñada como el primer día que entró en este bar, especialmente cuando está acostumbrado a verse rodeado de estrellas y…, ¡pero lo hago por mí, no por él!


—Ya…, pero, a pesar de lo que dices, él ha venido a por ti, mamá, y lo hace día tras día, aunque su culo acabe siempre en el callejón de atrás nada más pasar de la puerta.


—Paula, cariño, me alegro de que tu historia haya tenido el final feliz que te mereces, pero no lo busques para mí: ese final he llegado a mi vida demasiado tarde.


—Pero ha llegado.


—Tu padre no es un actor que arriesgue tanto como Pedro, hija: muy pronto se cansará y se marchará, porque un hombre como él nunca sería capaz de cometer ninguna locura como hizo tu Pedro


—¡Eh, corred! ¡Hay un loco en el callejón de atrás que ha borrado todos los «te odio» y ahora está escribiendo una declaración de amor en su lugar! —exclamó en ese instante uno de los asiduos del pub, animando a los demás a seguir las acciones de ese hombre desesperado, así como las consecuencias que podría acarrearle que acabara con la tradición que había iniciado el dueño de ese lugar.


—Ni lo pienses, ése no puede ser él… —dijo Amalia ante la impertinente ceja alzada que su hija le dedicaba con gesto irónico.


—Creo que es el loco al que Alberto arroja últimamente al callejón nada más entrar por la puerta —anunció otro de los habituales, haciendo que los pasos de Amalia se movieran hacia la salida y se aceleraran cuando oyó tras ella—: Creo que Alberto ha ido a hablar con él.


Cuando Amalia llegó, su hermano mantenía a Bruno acorralado contra una pared que ahora era totalmente blanca. El perfecto individuo al que ella había conocido y visto siempre con un aspecto impecable había desaparecido para ser sustituido por un personaje desaliñado, con las ropas arrugadas y manchadas de pintura, barba de varios días y unas enormes ojeras circundando sus ojos.


Su habitualmente calmada, serena y racional personalidad ahora no se mostraba así en absoluto, cuando, a pesar de tener las de perder, seguía peleándose con el irascible pelirrojo. Bruno, interpelado por Alberto Chaves, justificaba su alocado comportamiento con una explicación que, a pesar de los años transcurridos, aún conseguía acelerar el corazón de Amalia.


—¡¿Por qué haces esto?! —lo increpaba en ese instante el furioso pelirrojo, señalándole los miles de «te quiero» que Bruno había escrito en el muro de ese antaño triste callejón.


—Por ella, porque no sé cómo hacerle olvidar todo el daño que le he causado, sino mostrándole cuánto la he amado, la amo y la seguiré amando hasta que mi corazón desaparezca. Y, aun así, no dudo que mi alma la buscará en nuestra siguiente vida para seguir amándola, aunque yo preferiría aprovechar lo que me queda de ésta para disfrutar de ese amor que desperdicié estúpidamente en una ocasión.


—Eres demasiado mayor, maduro y racional para protagonizar estos estúpidos gestos de amor, Bruno —intervino Amalia con lágrimas en los ojos, pero también con una complacida sonrisa en los labios tras rememorar las palabras que ese hombre le dedicó en alguna ocasión.


—También soy demasiado listo como para arriesgarme a perder de nuevo lo mejor que me ha pasado en la vida sin luchar por ello tanto como tú te mereces —respondió Bruno, consiguiendo que el furioso pelirrojo lo soltara al fin—. Dime, Amalia, ¿es éste el final de ensueño que querías para tu historia de amor? —preguntó rogando no equivocarse otra vez con esa mujer.


—No… —negó ella, haciendo que el corazón de Bruno se encogiera durante unos segundos. Hasta que continuó—: Pese al tiempo que ha pasado, éste solamente es el principio… —concluyó Amalia antes de besar a ese hombre, concediéndole así el perdón que ambos necesitaban para seguir adelante con su historia en medio de un frío callejón que nunca le había resultado tan cálido como en esos momentos, en los que mil «te quiero» le confirmaban cuán grande podía ser el amor, a pesar de que en ocasiones doliera repetir una y otra vez la misma escena, hasta que surgiera la adecuada para nuestro corazón.




1 comentario: